Más allá de la autoestima

Creo que era Nietzsche el que reclamaba para el filósofo una capacidad bovina: la  de rumiar. He venido rumiando algunas ideas y tratando de darles forma de artículo. El tema como tal es la autoestima, y en parte lo que quiero poner acá está incoado en eso mi otro artículo yo no soy yo, así que se trata de una repetición, sobre todo para mantener el blog actualizado).

tomado de tusaludmental.com

Se suele entender por autoestima los sentimientos -negativos o positivos- que uno tiene respecto de sí mismo, basados en el autoconcepto que sobre sí -valga la redundancia- se ha formado uno. Es decir, qué tanto te ames o te odies en función de la idea que tienes de tí mismo. Una primera crítica superficial podría plantearse en los siguientes términos: que muchas veces la imagen que puedo constituir de mí mismo, puede resultar falsa. En esos casos se cae en actitudes de egolatría o depresión, y ambos suponen actitudes patológicas de la autoestima, basados en una visión falsa de sí mismo.

Quien piensa demasiado bien de si mismo o demasiado mal de si mismo revela una actitud patológica que necesita de apoyo psiquiátrico; pero quien piensa demasiado en sí mismo, revela una mala filosofía que -a decir de Chesterton- lo conducirá al manicomio. No resisto la tentación de copiar un texto de Ortodoxia:

«el creer en sí mismo es uno de lo síntomas más inequívocos y comunes de la degeneración. Los actores incapaces de representar, ésos son los que creen en sí mismos, así como los deudores que no pagan. Mucho más cierto es asegurar el fracaso de un hombre porque cree en sí mismo, que augurar su éxito. La plena confianza en sí mismo, a parte de ser un pecado, es también una debilidad. Creer demasiado en uno mismo es una creencia histérica y supersticiosa.» (CHESTERTON)

Tengo a la vista una página web que recopila algunas frases sobre una película llamada El Secreto.  Alguna vez escuché a mis alumnos hablar de ella y de la famosa ley de la atracción. Dicha ley reza más o menos en los siguientes términos: «Lo que pensamos más lo que sentimos es lo que atrae a nosotros nuestras experiencias.» Esto es totalmente falso. Cualquier optimista bienpensante y biensentiente, solamente atraerá camiones si se para en una carretera oscura, porque su pensamiento es un pensamiento muy pequeño y la realidad es siempre una realidad muy amplia, y en el caso del camión, contundente.

En un simil hegeliano, podrían decir estos nuevos filósofos que «toda la realidad es irracional», es la irracionalidad de su falta de pensamiento, de sus fabulaciones míticas donde el yo no solamente se autoremplaza por una sumatoria de pensamientos y sentimientos correctos; sino que proyecta su memez al mundo, configurándolo a la altura de su pensamiento. Solamente una necedad pueril puede encontrar consuelo en frases como «Nosotros somos los creadores de nuestro universo»; porque si nuestro universo depende de nosotros -de lo que pensemos y lo que deseemos- ese universo será de suyo pequeño.

Un ejemplo trágico de esto era Schopenhauer, quien pensaba que el mundo era pura representación, era la proyección de su voluntad; y su voluntad era una voluntad triste y conflictuada, y su mundo fue gris y pesimista. Toda su filosofía no fue más que un intento de rasgar el velo de Maya de las apariencias, destrozar ese mundo para salvarse del sufrimiento de su propia voluntad; pero tras esas apariencias solo encontró su propia voluntad sufrida, ante la cual no le valía ni la salida del suicidio.

El razonador superficial puede decir que el error estaba en tener una imagen negativa del mundo, que todo hubiera ido mejor si en vez de crearse una imagen negativa del mundo se hubiera hecho una positiva. ¡Qué optimista serías si tuvieras una idea más positiva del mundo!… ¡el poder del pensamiento positivo!… y demás soflamas de igual calibre. El error está en querer vivir de una idea, en encerrarse en un topus noetos que construimos nosotros mismos. Por muy optimista que sea esa idea de nuestro mundo, si esa idea no es la del mundo real, ese optimismo no es más que un pesimismo encubierto, y su creador no sería más que un pesimista ingenuo de su propio pesimismo, incapaz de ver más allá de sus nariz. A ese tipo de optimistas les vendría bien que les quiebren las narices.

 «Si hemos de decirle las cosas claras, será en estos o parecidos términos. «¿De modo que tú eres el creador y redentor del mundo? Pues oye, la verdad sea dicha ¡vaya un mundo pequeño el tuyo! ¡Vaya un cielo miserable el cielo que habitas, con sus angelitos no mayores que mariposas! ¡Qué triste cosa eso de ser Dios, y, para colmo, un Dios inadecuado! Porque ¿no existen, verdaderamente, una vida más opulenta y un amor más maravilloso que los tuyos? ¿Y verdaderamente todos los seres habrán de poner su última confianza en esa tu insignificante cuanto lastimosa divinidad? ¡Cuánto más feliz no serías, cuánto más no vivirías de tu propia vida si el mazo de un dios más poderoso deshiciera tu diminuto cosmos, esparciendo como lentejuelas tus astros, y dejándote, de la noche a la mañana, flotar a tus anchas en el vacío, tan libre como cualquiera hombre para mirar arriba y abajo!» (CHESTERTON)

No creo necesario darle más vuelta a esta primera crítica superficial de carácter psicológico; pero si aclarar que no se trata de dejar de amarse y empezar a odiarse a uno mismo. Para todo aquel que se mueve en términos de autoestima, siempre se verá expuesto a la tensión de amarse incorrectamente u odiarse incorrectamente, porque ambas posibilidades siempre estarán. Porque, «odiarse a sí mismo es más fácil de lo que se cree; lo verdaderamente saludable está en olvidarse de sí mismo». (BERNANOS)

La transparencia: más allá de la autoestima

Tomado de http://softwarecreation.org

Cabe continuar el tema desde una perspectiva trascendental, abordándolo desde el plano del ser. La autoestima se parece mucho a aquella aventura del Barón de Munchaussen en la que se sacó a si mismo de un pantano en el que había caído, jalándose de los cabellos. Como el Barón, los predicadores de la autoestima nos animan a la titánica tarea de autosustentarnos, de fundamentar el valor de nuestra existencia en el carácter positivo de la idea que tengamos de nosotros mismos. La autoestima es un intento de autofundamentación psicológica, que encuentra sus raíces metafísicas en el cogito cartesiano y el causa sui de Spinoza.

Cuando el hombre ha dejado de comprenderse como persona, pierde la comprensión trascendental de su dignidad y tiene que él mismo darse valor a sí… a ese intento de autosustentarse ya no trascendental -porque no puede darse el ser- sino psicológico (a nivel esencial) le han llamado autoestima. Así, el autoconcepto es una nueva génesis, y la autoestima una nueva redención, la que nos saca del pantano de los pensamientos negativos. Sin embargo, lo que se rescata no es lo radical del hombre sino su esencia; por eso se busca en habilidades o capacidades que se tengan como si eso fuera lo radical de uno.

Cuando uno descentra su atención de su esencia, y atiende a su condición personal, a la transparencia personal, «se sumerge, a través de su propia transparencia, en el poder que le ha planteado» (KIERKEGAARD). Lo radical es ser persona, y esto comporta un carácter filial. El hombre es ante todo hijo, y en primer lugar es hijo de Dios. La filiación divina comporta una creación y un amor preferencial por parte de Dios hacia nosotros, por eso el valor nos viene de una heteroestima, de la estima del otro.

Cuando uno trasciende el plano de la comprensión esencial, cuando se reconoce como persona coexistente con lo divino, entonces reconoce en sí un valor (la dignidad) que no depende de uno mismo ni de lo que uno ha hecho. El valor personal nos viene de que Él nos amó primero, o como decía Santa Teresa: “Teresa sola no vale nada; Teresa y un maravedí valen menos que nada; ¡Teresa, un maravedí y Dios todo lo pueden!”

4 thoughts on “Más allá de la autoestima

  1. Carlos, me encantó leer esta nota tuya. Impresionante Chesterton con su definición acerca de los «optimistas» y genial la refutación de la ley de la atracción con los camiones en la carretera.
    Un abrazo amigo, Javier

  2. Muy interesante al al comienzo, pero al final dejastes fueradel analisi a los ateos, no es tan universal la idea

  3. Chivo, mi indagación se centra en la persona en cuanto tal, no en si es atea o creyente, y dentro de esto si es cristiana o musulmana o hinduista. El punto es que la persona debe descentrarse del yo, no girar en torno a él, y eso lo logra de modo pleno con el Tú divino. Si una persona, ya sea atea o creyente, se cierra al Tú divino, siempre le quedará descentrarse con el tú de la otra persona humana. ¿se logra lo mismo? Creo que no; pero explicar los límites y alcances del descentrarse ante el Tú divino y otro tú humano, creo que demandaría más espacio que un simple post.

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