La metafísica de la síntesis viviente

En su respuesta a los Siete Ensayo de Interpretación de la Realidad Peruana, Belaúnde sostiene que «se piensa siempre a través de una metafísica. Es mejor tenerla clara y audaz que subyacente o vergonzante, como sucedía con la mayor parte de los positivistas». Coherente con esta forma de entender las cosas, Belaúnde tuvo siempre una inquietud metafísica, un afán de hallar una sólida base teórica que le permitiera un correcto estudio de las realidades políticas y sociales del Perú. Al respecto, Salazar Bondy, ha señalado: «El interés de Belaúnde por las ciencias sociales ha sido alimentado por una antigua vocación especulativa, que ha dado a sus planteamientos la amplitud y el sentido trascendente de la reflexión metafísica» .

La estructura metafísica del mundo fue entendida por Belaúnde como una síntesis viviente, que es el eje de todo su pensamiento. Así, puede leerse en Peruanidad expresiones como la siguiente: «la peruanidad es una síntesis creada por el espíritu católico», «la peruanidad es una síntesis comenzada pero no concluida. El destino del Perú es continuar realizando esa síntesis» . Y en obras anteriores, como la realidad nacional, había planteado ya que el problema indígena podía reducirse a tres tesis: «la tesis imperialista, la antítesis indigenista y lo que podríamos llamar la síntesis verdaderamente nacional de la tradición histórica» . Textos como los citados, y el mismo hecho de que en la introducción de la obra que lleva por título La Síntesis Viviente, estos términos estén relacionados más a cuestiones culturales, ha llevado a muchos estudiosos a pensar que tal planteamiento belaundiano es «una teoría de la cultura como síntesis viviente que, recogiendo los motivos centrales del espiritualismo cristiano y del mensaje social de la iglesia, ofrece un cauce sistemático a su meditación sobre los temas filosófico-culturales y a su constante preocupación por los problemas de la sociedad y la historia peruana» (Salazar Bondy).

En la introducción a La Síntesis Viviente, el mismo Belaúnde reconoce que «la idea de una síntesis de elementos espirituales y naturales en virtud de la asunción de los últimos por los primeros, surgió del planteamiento de la realidad peruana, compuesta de elementos indígenas y de los traídos por España». Era, para Belaúnde, una hipótesis que surgía de la vida misma, de la consideración de la realidad y no de la especulación pura. La realidad de la que surge es, precisamente, la realidad nacional. Sin embargo, la síntesis viviente no es solamente una teoría de la cultura, sino como hemos dicho una teoría metafísica que trata de explicar la estructura principial o primera de la realidad. Por eso puede hablarse, como lo hace Belaúnde, del hombre como síntesis viviente de alma y cuerpo. El mismo Belaúnde, en esa semblanza autobiográfica que publicó bajo el título de trayectoria y destino, afirma: «Expuse a la Sociedad (Peruana de Filosofía) mis ensayos sobre la filosofía agustiniana y la teoría derivada de mi concepto de Estado y de mis estudios peruanistas, o sea: la Síntesis Viviente, para explicar no sólo la personalidad individual, sino la personalidad colectiva o institucional» . Trataré a continuación de explicitar el carácter metafísico de la síntesis viviente.

La Estructura metafísica: la síntesis viviente

«La síntesis viviente –sostiene Belaúnde- no es la simple unión o composición de diversos elementos, sino importa la asunción o transformación de unos por otros, dando lugar a un compuesto de fisonomía o personalidad determinada, sin eliminar las esencias características de los componentes» . Los elementos que intervienen en dicha síntesis guardan una relación entre sí que puede entenderse desde los conceptos clásicos de materia y forma .

En sentido clásico, el papel de la materia y la forma se concibe en los siguientes términos: «Mientras que la forma se nos ofrece como principio de perfección y de especificidad, la materia se nos mostrará como principio de potencialidad y de singularidad» . Sin embargo, ninguna de las dos es el ente en sí, sino que siendo causas recíprocas de sí, son a la vez causas del ente: «La materia es causa de la forma en cuanto es su sujeto. La forma es causa de la materia en cuanto le da el acto. (…) Una es por la otra y la otra por la una. La esencia particular surge de la materia y la forma sin necesidad de vínculo alguno que las religue y ate.»

Esta es, grosso modo, la comprensión que desde el aristotelismo se hace de la materia y la forma. Sin embargo, han existido otro tipo de lecturas sobre ella como la teoría de la pluralidad de formas, que se encuentra presente en casi toda la corriente de filosofía agustiniana medieval. Dice al respecto Fraile, explicando el pensamiento de San Buenaventura, que «las formas bonaventurianas no son cerradas, sino abiertas. Cada una da a la materia la perfección que le corresponde en su propio orden, pero al mismo tiempo la dispone y habilita para seguir recibiendo otras formas de categoría superior» . Así, Buenaventura va jerarquizando una serie de formas que actúan en la constitución del ente humano: forma común, forma elemental, forma vegetativa, forma sensitiva, forma intelectiva (que es la propia del hombre), y culmina con la forma completiva, «que le da la determinación específica y cierra su unidad. (…) El hombre, aunque compuesto, es, sin embargo, uno por esencia (…), porque, aunque las formas inferiores no se destruyen, sin embargo quedan reducidas a unidad por la forma superior» . Similar planteamiento se puede encontrar en otro franciscano como Duns Escoto, quien «disgrega la unidad del ser substancial en sus «formalidades», concebidas como entidades reales y distintas» , que quedan jerarquizadas de la siguiente manera: sustancial, corpórea, animante, animal, humana, e individual (haecceitas) .

Esta breve referencia a la pluralidad de formas obedece a que la primera parte de este capítulo intentará mostrar que la teoría metafísica belaundiana de la síntesis viviente es una versión –muy sui generis- de multiplicidad de formas. Esto no ha dejado de llamarnos la atención porque la multiplicidad de formas junto con el hilemorfismo universal, fueron teorías defendidas por los pensadores medievales de influencia agustinianas, y ciertamente Belaúnde –en el otoño de su vida- gustaba de declararse un viejo agustiniano.

Niveles de la síntesis

Distingue Belaúnde una jerarquía de síntesis que inicia en el orden de la existencia material, en la cual los elementos pueden yuxtaponerse, coordinarse o fusionarse. «El caso típico de la síntesis es el de la fusión, que hallamos en la síntesis química» , síntesis que se produce –a decir de Belaúnde- por causas extrínsecas. En este tipo de síntesis, la forma cumple una función meramente figurante; es decir, da figura -manifestación material- al ente. Que la forma de los objetos materiales sea puramente figurante, que se encargue de dar figura supone dos cosas: en primer lugar que la forma no conforma a la materia, sino solamente la ordena. De esto puede deducirse -en segundo lugar- que la materia -en el pensamiento Belaundiano- no es puramente potencial como lo es en el caso en la metafísica aristotélica, sino que al parecer se inclina al concepto agustiniano de materia que le concede cierta subsistencia en tanto que tiene la capacidad de existir . Por último, señala Belaunde, la materia y forma figurante se unen de modo indicernible, solo cabe distinguirlas virtualmente pero no realmente.

A esta síntesis le sigue, la síntesis propia del orden de la existencia del viviente. “La vida -para Belaunde- es por su naturaleza unidad, totalidad y síntesis” ; características que se ponen en evidencia en las distintas operaciones propias del viviente, entre las que destacan -para Belaunde- la nutrición, transformación y el desarrollo . Tanto por la nutrición como por la transformación, el ente vivo asimila lo distinto de si y lo hace parte de sí. Así sucede con los vegetales que come, pasan a ser parte del organismo viviente; y de igual manera ocurre con -por el ejemplo- el respirar que es ciertamente un proceso por el que se transforma el oxigeno para hacerlo también parte del organismo viviente. Para Belaunde, “lo típico de esta síntesis consiste en que se debe a un principio inmanente del ser vivo.” , principio que Belaunde identifica con la entelequeia aristotélica , a la que denomina forma animante.

Belaunde caracteriza el reino de la vida como sujeto a leyes inflexibles. “Esas leyes se encarnan en la lucha constante, ineludible y necesaria. La vida se mantiene asimilando y aniquilando otras vidas. En este proceso aparecerá la segunda ley vital, la del triunfo de los fuertes, que crea una selección natural” . La vida es entendida como impulso rebelde que rompe las limitaciones y se expande desenfrenadamente.

Sin embargo, este nivel de la síntesis, por la cual se explica la existencia de las plantas y los animales, resulta insuficiente para entender al hombre. “En el hombre, la unión de la materia y de la forma no supone su absoluta identificación. El propio Aristóteles decía que el intelecto pasivo no acepta mezcla de materia, y daba su carácter divino al intelecto activo. Santo Tomás afirmará más categóricamente la unidad e inmaterialidad de la inteligencia humana, aunque use elementos materiales. El alma sobrevive al separarse del cuerpo. La autonomía de la forma humana adquiere más relieve en la doctrina de la individuación por la voluntad, centro de la personalidad, en lugar de individuación por la materia. Podríamos decir que el alma humana es una forma no sólo animante, sino asumente.” Aparece así otro nivel de la síntesis: el espíritu.

El tercer nivel de la síntesis es la que corresponde al espíritu, este el ámbito propio del ser humano. Belaunde resalta la diferenciación del la vida humana con la vida animal y vegetal, hay un plus en la vida humana que no se puede explicar desde lo puramente vital, el intelecto, el amor, la afectividad, por citar solo algunas realidades humanas no son hechos puramente vitales, no son impulsos, sino que están regidos por la libertad.

“El hombre es el lazo entre el mundo de la naturaleza y el mundo del espíritu. El hombre es el centro en que los dos mundos convergen: aprehende y refleja las cosas naturales y participa de la luz eterna del espíritu. El alma es la forma del cuerpo, diríase después en lenguaje aristotélico, por el cuerpo actuamos en el mundo, lo aprehendemos, lo utilizamos y lo dominamos; pero hay en nosotros algo que rebasa este mundo circumstante, la forma no está agotada por la materia.” El hombre sobrepasa infinitamente al hombre por el espíritu; pero qué es el espíritu. “El Espíritu no es solo inteligencia; es, ante todo, moralidad, caridad” ; es decir, la actividad humana superior y autónoma.

Es decir el espíritu juega dos roles en la síntesis: animación y la asunción, siendo esto último lo distintivo, de allí que le denomine forma asumente, como hemos indicado. La síntesis viviente en sentido estricto se da a través de la asunción, y esta puede se de dos tipos: la síntesis viviente individual y la síntesis viviente social o cultural. Esta síntesis viviente social, que Belaunde también denomina persona (social), se estructura de modo jerárquico: Familia, Comuna, Gremio, Estado, Comunidad Espiritual, Organización Internacional.

En estos niveles de síntesis viviente cultural, la forma está constituida por valores superiores; mientras que la materia viene dada por la psicología de cada nación, influida por caracteres de herencia, geográficos, económicos. “Los valores espirituales asumen y transforman los elementos que constituyen la corporeidad de una nación: tierra, instituciones, estructuras, quedan penetradas y transidas por los mismos principios e ideales. Estos realizan penosamente a través del tiempo una obra de inspiración, de impregnación y de asunción.”

Como hemos señalado, lo propio del espíritu es la libertad. Por esto a este nivel la síntesis es libremente realizada, y también es mayor el peligro de su desintegración. La síntesis viviente es por lo tanto la vivencia de los valores espirituales. Valores que no los crea el hombre, sino que son inmanentes a su conciencia y la trascienden, “están en nosotros, son la parte mejor de nosotros, no son circunstantes, son inestantes o ínsitos u superestantes o trascendentes”

Resumiendo los niveles de síntesis que hemos detallado, puede decirse que “la materia representa la cantidad, la determinación causal y la evolución en círculos. La vida encarna la calidad, la espontaneidad y el impulso o elán creador. El espíritu se manifiesta en calidad pura, sin mezcla de cantidad, en libertad y creación pura. Añade, además, normas, orientaciones, disciplinas e ideales. La ley de la materia es el equilibrio, y se mueve en el presente. La ley de la vida es la afirmación y la lucha y, por la herencia, está unida al pasado. La ley del espíritu es la irradiación, por el amor, hacia afuera y la superación, por disciplina, hacia dentro. El espíritu, en lugar de lucha exterior, es armonía y autolimitación.
El espíritu y la vida coinciden en el elemento calidad. Pero la calidad espiritual es calidad pura; en tanto que la calidad vital se plasma en la cantidad o sea en la materia. Las diferencias entre el espíritu y la vida son más clara respecto de los otros caracteres. La espontaneidad vital no es libertad. El impulso creador no es la aspiración o la creación consciente o teleológica. La afirmacón centrípeda es lo contrario del amor; y el elán ciego e incontrolado es lo opuesto a la disciplina y a la autolimitación”

Hay un nivel más de síntesis, que no corresponde al orden de la natural sino sobrenatural revelado. “El hombre tiene un ser natural y en ese ser natural aparecen ya la razón y la libertad; pero el hombre además, tiene un ser sobrenatural que ha recuperado por la gracia de Dios. Por la culpa se hizo esclavo de la carne y del Pecado; pero Dios lo redime y por la gracia vuelve a la libertad de hijo y heredero de Dios. Podríamos decir, entonces que por la concepción cristiana, el hombre es síntesis viviente de libertad y de gracia; síntesis misteriosa.”

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