Degradación de la Idea de Cuidado

Hace poco una amiga visitaba a un enfermo en el hospital, cuando repentinamente, cayó en la cuenta de otra paciente –mujer de edad avanzada- que atravesaba lentamente la habitación, caminando con dificultad. Mi amiga, movida por esa humanidad que tanta falta hace, se acercó a la mujer y la ayudó; pero tuvo dificultad para ayudarla a subir en la cama. Buscando quien la apoye, divisó a dos jovencitas –al parecer estudiantes universitarias haciendo prácticas en ese hospital- a las que pidió le ayudaran; pero recibió la respuesta más curiosa que alguien pudiera escuchar: “busque a una técnica, nosotros somos estudiantes de psicología.”

En un mundo que ha claudicado del sentido común para regirse por soflamas irracionales, esta respuesta parecería una respuesta sensata; sin embargo, los que aun conservamos el sentido común sano no podemos dejar de indignarnos ante una respuesta  que evidencia la estulticia de considerar el cuidado a otro ser humano como una función exclusiva de enfermeras o técnicas de enfermería. El cuidar no es algo exclusivo de las enfermeras, es algo esencial al ser humano como lo señalara Heidegger. Las enfermeras –entiendo yo- se hacen dispensadoras de un cuidado especializado; pero hay ámbitos dónde cualquier humano puede ayudar. Donde el interés y la preocupación por el otro puede llevar a decir: “espere ahorita llamo a la enfermera”, en vez de quedarse indiferentes.

Ante esta indiferencia, uno puede considerar el estado de estudiantes de estas jovencitas y preguntarse ¿Acaso nunca escucharon estas jovencitas hablar de cuidado integral en su universidad? ¿Acaso ninguno de sus profesores les habló de humanismo, de amor al prójimo, de servicio? Probablemente no. Pululan en nuestro país universidades de nombre, fábricas de profesionales, y no verdaderos centros de formación humanista integral. Estas fábricas de profesionales responden a esa desorbitación de la idea de función de la que hablaba Gabriel Marcel, por la cual “el individuo tiende a aparecer ante sí mismo y también ante los demás como un simple haz de funciones”, y cifra su dignidad (que ahora la llaman éxito) en el cumplimiento de sus funciones. Esto configura un mundo destrozado, un mundo vacío de sentido; porque la idea de ser humano ha sido degradada y como señalaba el mismo Marcel, “el hombre depende, en muy amplia medida, de la idea que se hace de sí mismo, y que esta idea no puede ser degradada sin ser al mismo tiempo degradante”.

Y la raíz de la degradación en este caso viene de haber confundido su propio ser personal con un modo de hacer particular. El cuidado no está a nivel del hacer sino del ser, porque entraña la preocupación por el ser del otro, y solamente el ser se puede preocupar del ser. Porque  “si la esencia de la persona radica en el amor, el cuidado es su conducta debida” (RIEGO). Cuidar es el modo radical de ser ante el otro ser humano. El hacer es segundo, y establece modalidades de este cuidar ontológico. La enfermera, la psicólogas, los médicos, son ante todo personas que han adoptado un modo particular de hacer, para poder responder a esa exigencia ontológica del cuidado; por lo tanto su cuidado es siempre un cuidado humano, que nace de una persona y se dirige a una persona, de allí que deba ser integral. Por eso un personal de salud cuida a una persona, aunque solo examine su estómago. Nuestras jovencitas olvidaron esto, y pensaron quizá que como estudiantes de psicología solo debían atender a la psique humana, ignorando el resto. Sin embargo, la vieja imagen con la que se identifica a psicólogos y psiquiatras: el diván, parece señalar la cuestión sapiencial de que el psicólogo –aunque priorice su atención en la psique- no puede olvidar el cuerpo de su paciente.

Pero el estado de la degradación va aun más allá de lo que sostenía Marcel en su tiempo. Él aun podía hablar de “el sordo e intolerable malestar experimentado por quien se ve reducido a vivir como si efectivamente se le confundiera con sus funciones”; pero ese malestar parecería –en el caso al que nos referimos- no existir. Surgía de su actitud el eco cainesco ¿soy yo acaso el guarda de mi hermano?

Las dos jovencitas al parecer se sentían orgullosas de sus funciones, de ser solamente psicólogas, y se mostraron indignadas de que alguien les pida cumplir unas funciones que no les competía; sin caer en la cuenta que su respuesta evidenciaba la incapacidad de comportarse como personas, como simples seres humanos (con esa simplicidad que es atributo divino). Asfixiaban tristemente su ser personal, con los estrechos parámetros de una función profesional, dando así la imagen penosa de un comportamiento infrapersonal.

¿Qué podemos hacer? Creo que aun nos queda la resistencia en el bien ante el mal, la indignación que nos lleve a exigirles a las personas que se comporten como tal, que no se reduzcan a funciones. Creo que aun quedan almas no atrofiadas, sino adormecidas, que pueden reaccionar ante nuestra indignación. En el caso de mi amiga, una profesora que acompañaba a las alumnas al escuchar el reclamo de mi amiga, mandó a sus alumnas ayudaran a subir a la señora a la cama.

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