Preguntas

El origen de la filosofía empieza por el preguntar. El preguntar es un acto paradójico, pues el que pregunta a la vez sabe y desconoce. Desconoce lo que pregunta, pero sabe lo que quiere preguntar. El preguntar versa sobre aquello que se pregunta; pero además el preguntar supone al que pregunta.

Hay preguntas que no pueden contestarse si se ignora al que pregunta. En últimas, si el preguntar indaga sobre el conocer del mundo, no puede ignorarse a quien pregunta. Si el docente ignora a quien pregunta, aunque sepa la respuesta, no podrá responder. La ineficacia -por ejemplo- de los argumentos que demuestran la existencia de Dios, es que siempre son expuestos sin considerar al que pregunta. Por eso toda indagación tiene como supuesta la pregunta: ¿quién soy -yo- el que pregunto?

La metafísica de Aristóteles se abre con una consideración del existente humano desde el cual se justifica la pregunta metafísica: “Todos los hombres desean por naturaleza saber”. Sólo en un ser que tiene como suyo el deseo de saber, puede justificarse la pregunta metafísica: ¿Qué es el ser? Máxime si se considera que Aristóteles rechaza toda practicidad y utilidad del preguntar metafísico. De igual manera, la ética aristotélica se basa sobre el supuesto de experiencia de que todos los hombres desean ser felices. Cuando el pensar moderno cambió nuestro supuesto antropológico desde el cual construimos el saber, cuando -por ejemplo- supuso que el hombre era un homo faber, o un ser que buscaba la mayor utilidad al menor costo, se silenció el preguntar metafísico. No se trata de que fuese improcedente; sino que aparecía como innecesario. Y este olvido, y este trabajar con supuestos antropológicos, nos ha llevado a la perplejidad que se vive en muchos ámbitos del saber, donde el conocimiento se torna inhumano, porque se erige sobre un concepto espurio del hombre.

Debe ser aclarada la pregunta por el ser que pregunta. Debemos tratar de dar respuesta a la pregunta: ¿Quién soy? En un sentido puramente fenomenológico se puede responder que soy el ser que pregunta y se pregunta. En tanto que ser-que-pregunta, mi ser es apertura y dirección; porque en el preguntar mi ser se revela abierto y dirigido hacia aquello que pregunta. En tanto que pregunta por algo mi ser es apertura a la realidad, y esa apertura es habitar, hacer, conocer. En tanto que pregunta por alguien, mi ser es encuentro, amor, presencia. En tanto que ser que se pregunta, mi ser es intimidad, amar, donación.

El ser que pregunta es un ser que se relaciona. La pregunta me relaciona con lo que pregunto; pero la pregunta no es la relación, sino la posibilidad de relacionarme. Se entiende por lo tanto, que para el ser que pregunta, su ser no es pregunta. El preguntar no es mi ser; sino que yo me pregunto porque soy. Si mi ser fuera pregunta, la pura posibilidad de una respuesta plena sería causa de angustia; pues la respuesta hace innecesaria la pregunta. La respuesta alienaría mi ser, que es pregunta. Mi ser por lo tanto no es pregunta, sino que pregunta; y pregunta porque es apertura y dirección. Estoy más allá de la pregunta, en la existencia.

Mi existencia, en tanto que apertura y dirección, alude a un destino. Existir es estar dirigidos, es tener un destino. No nos pasa como las cosas que simplemente persisten en el ser, como resistiendo en el tiempo; el ser humano existe de un modo mucho más intenso, pareciera que el existente humano suprasiste. Su existencia es ser siempre algo más de lo que es, o para decirlo en términos de Julián Marías: La persona es lo que será, es futurizo. Mi existencia es suprasistencial, es estar constantemente desbordando mi propia existencia fáctica. La suprasistencia, el estar existiendo en tensión que me jala por encima de mi ser-ahí, no es puro crecimiento, es sobre todo efusión. El crecimiento tiene una guía clara, lo corpóreo crece según leyes físicas y biológicas, lo psíquico según procesos psicológicos; incluso las facultades propias del alma -inteligencia y voluntad- tienen su guía en la verdad y el bien. Por eso, ante las fallas en el crecimiento de estas dimensiones de nuestra naturaleza, contamos con la guía de la medicina, o la psicología, o la lógica o la moral, para reorientarlas. Sin embargo, la suprasistencia en tanto que tensión por ser lo que seremos no tiene guía tan clara, y así podemos experimentar la misma angustia que Dante, y exclamar que:

En medio del camino de nuestra vida
me encontré por una selva oscura,
porque la recta vía era perdida.”

Cuando perdemos la recta vía suprasistencial, nos vemos rodeados de una selva oscura, no nos resulta tan fácil volver sobre la vía perdida. No es solo falta de lógica o de moral. Incluso el santo siente en algún momento de su vida que camina por selva oscura, percibe que ha sido arrojado a la existencia sin destino alguno, y en esos momentos surge la profunda pregunta por ¿adónde voy? Es la pregunta por el sentido de la existencia.

Dado que nuestra existencia es apertura y dirección, esta exige sentido. El hombre es futurizo, por eso le es insuficiente el tiempo puramente mecánico, el puro pasar de segundos y minutos y horas. El tiempo debe ser un tiempo con sentido, un tiempo con destino, tiempo humano. El tiempo puramente mecánico es vacío, el tiempo humano está lleno de sentido. Pero, ¿cómo le llenamos de sentido a nuestra temporalidad? Como hemos ya indicado, en muchos aspectos de la naturaleza humana, contamos con guías que en parte nos indican un sentido: el comer se dirige al alimento y el beber al agua; el sueño se dirige al reposo. La inteligencia se ordena a la verdad y la voluntad al bien. Sin embargo, ¿a qué se ordena la suprasistencia humana? La suprasistencia humana se ordena a responder la pregunta por su propia existencia; por eso en la medida en que la suprasistencia se ordena a responder, la suprasistencia es responsabilidad.

¿Cómo entender que mi suprasistencia sea responsabilidad? Porque dado que mi suprasistencia pregunta y se pregunta, la pregunta por su ser está relacionada con la pregunta por los otros seres, dado que mi existencia es relacional. No somos mónadas cerradas. Ante el niño que se me atraviesa andrajoso en la calle o ignorante en el aula; ante el padre que tenemos enfermo o la mujer que se angustia por la enfermedad de su esposo, surge la pregunta que cuestiona mi propia suprasistencia en vínculo con la suprasistencia de los demás ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? Como señalara Heidegger: “La guarda del ser, porque el ser no es nunca sólo lo que justamente es real, no puede en modo alguno equipararse a la función de un puesto de guardia que en un edificio protege de atracadores a unos tesoros guardados allí. La guarda del ser no mira fijamente hacia algo presente. En esto que está presente, tomado en sí mismo, no se puede encontrar nunca la interpelación del ser. Guarda es atención vigilante al sino que a la vez ha sido y está viniendo, desde un largo y siempre renovado estado de atención que presta atención a la indicación de cómo el ser interpela.”

La responsabilidad suprasistencial trasciendo los ámbitos puramente funcionales. Quien se atiene a una función no es responsable sino cumplido. El horno cumple con calentar la comida pero no es responsable de su calidad, el chef si. La responsabilidad es la renuncia a la funcionalización propia y del otro. El otro no es una función, es un quien abierto a la existencia. La responsabilidad es tomar la existencia del otro como deber. Su existencia no solamente en su presente, sino en su suprasistir: pasado, presente y futuro. Ser responsable es salvar el futuro del otro.

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