Más allá del «Personalismo»

Hoy día comenté un post de acto y potencia. El tema: el personalismo; o más específicamente, Mounier y Maritain. Más allá del tema específico del post, escribir mi comentario me llevó a retomar un tema que tengo pendiente: mi postura frente al personalismo. Curiosamente, hablar de postura frente al personalismo es ya hablar de que me considero fuera de él. Pero la cuestión no es tan sencilla; porque supone que el personalismo es algo frente a lo cual uno se pueda parar. La postura que pueda adoptar frente al personalismo es intrascendente mientras no me aclare qué sea el personalismo. Hace ya un año, intenté escribir algo al respecto, y que me parece oportuno postearlo:

No existe nada peor para un término filosófico que ponerse de moda. Cuando se empieza a usar y abusar de él, se le vacía de sentido y puede significar tanto una cosa como su contrario. En la actualidad ocurre esto con el término personalismo. Pareciera, sobre todo para un sector de pensadores de confesión católica, que dicho término se ha convertido como en santo y seña del pensamiento confesionalmente correcto, de la doctrina aséptica de todo error modernista o relativista. Así se habla de antropología personalista, de filosofía personalista, de ética o bioética personalista, y podríamos añadir un largo etcétera, con lo que se cede a la pereza intelectual de pensar el pensamiento de otro, de no hacerlo propio, personal, íntimo por medio de la reflexión personal.

Desde un punto de vista historiográfico, el término personalismo fue usado en 1903 por Renouiver para designar a su filosofía; y no fue sino hasta 1930 –bajo el influjo de Mounier y Maritain- que adquiriría el sentido de pensamiento centrado en la persona, y dejaría de ser entendido como sinónimo de egocentrismo. En ambos autores, el término “personalismo” y más concretamente “personalismo comunitario” surgía como propuesta político-social para superar la crisis política surgida como consecuencia tanto del individualismo como del colectivismo.

Como el mismo Maritain dejara apuntado en La Persona y el Bien Común: “Para reaccionar por igual contra los errores totalitarios y contra los errores individualistas, era preciso y muy natural, oponer la noción de persona humana integrada como tal en la sociedad, tanto a la idea de Estado totalitario como a la idea de la soberanía del individuo. (…) No es que exista una doctrina personalista, sino más bien aspiraciones personalistas y como una docena de largas doctrinas personalistas que tal vez no tienen en común más que el nombre de persona, y de las que algunas tienden en mayor o menor grado hacia uno de los errores contrarios entre los cuales se colocan. Hay personalismos de carácter nietzscheano y personalismos de carácter proudhoniano, personalismos que tienden hacia la dictadura y personalismos que tienden hacia la anarquía.”

Es decir, si nos atenemos al sentido histórico de personalismo, al movimiento francés que surgió en torno a la revista Esprit, fundada por Mounier, el personalismo supone una convergencia de voluntades, no de doctrinas. Voluntades que intentaron, desde doctrinas distintas, fundamentar un nuevo humanismo sobre la base de la dignidad personal. El reconocimiento de la dignidad humana debía ser –según estos pensadores- el punto de partida de todo proyecto político y social que ayudara a superar la crisis que atravesaba la Europa de su época. Aparece así el personalismo “como movimiento más que como sistema doctrinal concreto y que, en tanto que «movimiento» se patentice más como fuente nutricia de sistemas que como sistema concreto y determinado” (Arias).

Sin embargo, para los apologistas del personalismo, son también personalistas los pensadores que surgieron dentro del movimiento fenomenológico y de mano de la filosofía de Scheler, tales como Peter Wust, Theodor Haecker, Edith Stein, Dietrich Von Hildebrand, entre otros. Estos intelectuales intentaron superar la kulturkrisis, revalorizando la noción cristiana de persona, y de allí que puedan ser considerado personalistas, aunque su reacción se dio en los años 20, es decir, mucho antes que el personalismo francés.

N.B: en su libro reconstruir la persona, Burgos sostiene que el personalismo “tiene una estructura y un sistema de conexión de conceptos propio y original, que se forja, a partir y en conexión con Mounier, en el marco mental y filosófico del siglo xx.” (p. 25) Esta afirmación me parece insostenible históricamente. No se puede sostener -salvo ignorando la historia- que autores como Scheler, Stein, Buber, Ebner, Rosenzweig, hayan estructurado sus pensamientos “a partir y en conexión con Mounier.” Tanto Ebner como Scheler, por citar solo dos, murieron antes de que Mounier publicara su primera obra referida al personalismo. Incluso para autores franceses próximos a Mounier como Maritain o Marcel, esa afirmación sería falsa. Cuando Mounier apareció en la escena intelectual francesa, tanto Maritain como Marcel ya tenían su pensamiento estructurado y madurado, es inaceptable pensar que alguno de estos autores deba algo en lo que respecta a la estructuración de su pensamiento o a los temas a Mounier, sino que es al contrario. Creo que se logra una mejor lectura del personalismo como fenómeno histórico desde lo que Carlos Díaz suele llamar el arbol del personalismo, en el cual Mounier ocupa solo una rama, de las múltiples ramas que han existido. Esto permite, por lo pronto, salvar la multiple riqueza de los diversos pensadores personalistas, sin caer en simplificaciones como en las que cae Burgos por falta de distinción, como el sostener que el personalismo es una filosofía cristiana, a pesar de que tiene que reconocer que existen autores de origen judio.

¿Qué tienen en común todos estos pensadores? ¿Hay alguna conexión entre el tomismo de un Maritain, el pensamiento neosocrático de Gabriel Marcel, la pneumatología de Ebner o la fenomenología de Edith Stein? Lo que hay de común es el interés de abordar las cuestiones prácticas –éticas, sociales y políticas- desde una perspectiva que considere central a la persona. Es decir, reclamaban un fondo metafísico para las cuestiones prácticas, pero a partir de esa intención, cada uno de estos pensadores emprendió su andar metafísico por su cuenta.

En este sentido, lleva mucha razón el malogrado Wojtyla cuando dice que «el personalismo no es tanto una teoría particular de la persona o una ciencia teórica sobre la persona. Posee un amplio significado práctico y ético: se trata de la persona como sujeto y objeto de la acción, como sujeto de derechos, etc.». Por eso, creo que se comete una simplificación cuando se intenta presentar al personalismo –que es más una actitud- como una filosofía nueva, que tendría sus notas distintivas. Contra esto habría que recordar aquel consejo de Haecker: «Guárdate de los que practican un modo de simplificación violento y superficial tanto en lo teórico como en lo práctico. En definitiva no hacen sino provocar la confusión más insalvable».

Este afán de simplificación, ha llevado a algunos autores a intentar señalar las notas que harían de un pensador un filósofo personalista. En este aspecto, Juan Manuel Burgos señala 4 dimensiones: la estructura, la perspectiva, los contenidos, y el método.

Según Burgos, y en lo que respecta a la estructura, el personalismo no se limita a hacer de la persona una realidad relevante y valiosa, sino que es «la noción de la que depende y alrededor de la cuál se construye el andamiaje conceptual de este tipo particular de filosofía.» (Burgos). Esto, por muy bonito y bien intencionado que suene, no es aplicable a todos los pensadores a los que se suelen llamar personalistas. Pensadores como Jacques Maritain y Edith Stein, conciben a la persona desde la definición Boeciana de substancia individual de naturaleza racional, es decir entienden a la persona –en palabras del mismo Burgos- «a través de un particular combinación y caracterización de este conjunto de categorías», lo cual les quitaría el carácter personalista. Igual caso ocurre con Dietrich Von Hildebrand, quien entiende a la persona en términos de substancia, una subtancia completa. Y los pensadores dialógicos –a los que también se les suele dar la etiqueta de personalistas- hacen depender el carácter personal de la relación, llegando a afirmaciones insostenibles como que la persona solo existe en relación, con lo cual diluyen su consistencia ontológica.

N.B: Hace poco leía Persona Humana y Naturaleza, de Nédoncelle. Llamó mi atención el prólogo del autor, en el que Nédoncelle se muestra a favor de retomar el concepto de substancia aristotélico para referirlo al hombre, siempre y cuando sea bien entendido, en el sentido en el que lo utilizó Aristóteles, y no como ha sido desfigurado después. Igualmente, Nédoncelle muestra alguna objeción al método fenomenológico. ¿Al mostrar estas opiniones, dejó Nédoncelle de ser personalista? 

Por estas mismas razones, y si seguimos considerando a estos autores, su filosofía tampoco puede considerarse con perspectiva personalista. «Se da una perspectiva personalista cuando la filosofía correspondiente es consciente de la radical originalidad de la persona respecto de las cosas y asume las consecuencias: la necesidad de elaborar conceptos específicos para el ser personal eliminando los problemas de “cosificación” que se originan cuando se toman conceptos pensados para las cosas y se aplican a las personas» (Burgos). Quizá por eso Burgos es claro al afirmar que el pensamiento de Maritain no es propiamente personalista, pero eso no se ha dicho del caso de Stein o de Von Hildebrand.

Igual de problemático resulta asumir la cuestión de método para englobar al personalismo. Decir que el personalismo se identifica con un método, el fenomenológico, es un claro sinsentido, sobre todo cuando después se llega a sostener que «procura evitar el trascendentalismo de una epoché reductiva y posee una mirada con intención ontológica o trans-fenomenológica (en terminología de Wojtyla)». En primer lugar hay que señalar que si bien es cierto que muchos autores del llamado personalismo, han utilizado el método fenomenológico, no es algo que pueda considerarse común a todos.

Tenemos a un Gabriel Marcel, quien se aproximaba a las cuestiones personales desde lo que el llamaba reflexión segunda; o a los filósofos del diálogo, quienes señalaron que «la fenomenología ni capta, ni puede hacerlo, el núcleo personal, porque éste no es ningún fenómeno, ninguna manifestación» (Sellés). Incluso Wojtyla, que pasa por un conocedor de la fenomenología, ha señalado que «el papel de este método es secundario y sumamente auxiliar». Siempre consideró a la fenomenología como punto de partida del estudio de la persona, pero que debía ser coronado con una investigación metafísica; es decir, con una profundización en el carácter radical del ser personal.

Estos pocos ejemplos intentan mostrar la dificultad de encontrar a un pensador personalista, tal como lo entienden los teóricos del personalismo de nuestros días. Esto lleva a otros apologistas del personalismo a hablar de personalismo perfecto e imperfecto, con lo cual corroboran que su concepto de personalismo hace agua. Y en este afán de arqueología eidética, de rescatar las ideas, estos nuevos personalistas han ido olvidando que el objetivo era la persona y no las ideas. Pareciera que un exceso de personalismo nos viene ocultando a la persona. En esta línea cobra mucho sentido la afirmación de Paul Ricouer: “Muera el personalismo, viva la persona”.

Esto era en esencial lo publicado en aquella vez, y en lo esencial me mantengo en la misma opinión. Pero como se ve, mi postura frente al personalismo me ubica fuera de un sentido que se le da al personalismo, que parece centrado únicamente en relecturas y hermeneúticas de los personalistas, sobre todo de los franceses: Mounier y Maritain. Puede verse esto, por ejemplo, en un libro de Burgos  donde –frente a los nuevos fenómenos de la secularización- después de haberlos descrito, se nos despacha por la afirmación de que “Maritain no se planteó estas cuestiones y, por lo tanto, tampoco ofrece solución.” (p. 296). Evidentemente Maritain se planteó los fenómenos sociales y políticos de su época y no de la nuestra. El filósofo personalista deberá descubrir aquellos principios que descubrieron esos pensadores y utilizarlos para entender los fenómenos actuales. Sería bueno que el personalismo intente ir más allá, y se aboque a repensar la persona y sus problemas actuales, y no quedarse en repetir lo dicho por los grandes personalistas.

Aparece así el sentido de personalismo del cual no me siento fuera: la necesidad de una filosofía cuya reflexión gire en torno a una «metafísica» de la persona, que alumbre las dimensiones éticas, políticas y de compromiso de la persona.