Apología del Optimismo

Escribo esta entrada bajo el influjo de Chesterton, y quizá muchos podrían acusarme de apropiarme de muchas de sus ideas y frases, al reconocerlas a lo largo de ese texto. Pero este texto no pretende ser original, pretende ser una defensa, una apología. ¿Defensa de qué? Pues del optimismo. Una cosa que me viene llamando la atención desde hace algún tiempo es la postura pesimista que mucha gente –sobre todo jóvenes- va adoptando.

No hay más que visitar alguno de esos blogs, donde uno encuentra esa literatura que busca exorcizar los demonios interiores, o conversar con algún joven y escucharle hablar sobre lo mal que está el mundo, la desconfianza ante todo lo establecido, su tendencia iconoclasta vacía de propuestas. No pretenden cambiar el mundo, como lo pretendían los primeros cristianos o los jacobinos franceses; tampoco buscan destruir el mundo, como los anarquistas decimonónicos… lo único que les interesa es evadirse del mundo. Este se ha convertido para ellos en algo demasiado insoportable, para poder mirarlo cara a cara; en algo demasiado trivial, para preocuparse por él.
 
Quizá se piense que peco de ingenuo al tratar de defender el optimismo en un mundo cuyos problemas no solo implican cada vez más la vida del hombre, sino que la complican, y de los cuales el hombre es quizá el causante de todo. Tomemos por ejemplo el caso de la contaminación y el cambio climático, ¿no ha sido el hombre –de entre todos los animales que pueblan la tierra- el que carga con la mayor responsabilidad por estos problemas? ¿No sería mejor que –en defensa de los intereses de la madre naturaleza, como proponen ciertos ecologistas extremos- hagamos disminuir hasta desaparecer al hombre de la faz de la tierra? La inteligencia y la libertad humanas han sido las causas de todo el proceso de contaminación que nos ha llevado a los problemas climáticos que muchos vislumbran venir. Sin embargo, como decía Holderlin: «De donde nace el peligro / nace la salvación también», la inteligencia y la voluntad han de ser también las vías de solución.

Sin embargo, actualmente las cosas no suelen enfocarse así. Como señalaba Julián Marías: «Está muy difundida la creencia de que lo «inteligente» es ver lo negativo, lo penoso, lo destructor. (…). Mi punto de vista –que es el mío también- es aproximadamente el contrario: cuando se atiende a la realidad, cuando se la mira directamente y con atención, se descubre que en gran proporción es valiosa. El examen sincero de casi todo lo que es real lleva al descubrimiento de calidades positivas, que importaría retener y salvar». 

Como dice una vieja sentencia: «optimista es el que dice que este es el mejor de los mundos, pesimista es el que se lo cree». Cuando uno cree que este es el mejor de los mundos y que por lo tanto ya todo está hecho, y repentinamente le surge un problema, se apesadumbra y desconcierta. Surge entonces el talante pesimista, del que ve falseada una creencia. Pero aunque no me enfrentara ante ningún problema, si este fuera el mundo perfecto y no tuviera nada que hacer, nada que aportar, mi existencia estaría de más, esta es la actitud pesimista del pasota. El optimista, por su parte, piensa que este es el mejor de los mundos no porque ya esté todo hecho sino porque hay cosas por hacer. No porque esté todo dado, sino precisamente porque no todo está acabado, hay un espacio para la creatividad humana. Esto es optimismo, pues esto es esperanzador.

Muchas veces no es tanto la situación del mundo lo que les preocupa, sino la situación personal. Hay gente que no termina de agradarse, porque no termina de aceptarse. Intentan cambiar, pero solo logran cambiarse a niveles triviales y pueriles: visten de negro sus cuerpos porque no pueden sacar la oscuridad de sus almas. Esa oscuridad es la desesperación de no querer ser ellos mismos, y eso los sume en una profunda infelicidad, que la ocultan en una tendencia a empastarse en situaciones de vértigo.

«La prueba de toda felicidad es la gratitud», escribió Chesterton, y el problema es que no sabemos ser agradecidos. El pesimismo es la ingratitud ante la existencia. Damos por supuesto que tenemos que existir, que es lo ordinario, y juzgamos nuestra existencia a partir del entorno. Confundimos el yo con las circunstancias, y terminamos pensando que circunstancias malas hacen una existencia mala, sin sentido. Vivir una enfermedad es malo, pero con todo vivir es cosa buena; escuchar críticas, insultos y malas noticias constantemente es malo, pero escuchar es cosa buena. A veces esperamos cosas «grandes» para agradecer, y nos olvidamos de agradecer las cosas grandiosas. Hemos perdido de vista la verdadera magia de la realidad: nos parece fabuloso que un libro vuele desde el estante hasta nuestras manos; ¿Por qué ha dejado de sorprendernos el que podamos caminar hasta el estante?

One thought on “Apología del Optimismo

  1. cada dia pareciera que se acortan las esperanzas, como dice en su escrito… somos los hombres los responsables… los unicos que vamos aniquilandonos…pero la esperanza y la ilusión nos llevan a reencontrar la esperanza de ser algo mejor…

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