El Empoderamiento de la Mujer en el Matrimonio

En muchos planteamientos de origen feminista, para la solución de problemas concretos, se recurre a una visión de la relación hombre-mujer limitada, como es la relación de poder. Así, se ignora la verdadera naturaleza de dicha relación que se fundamenta en la confianza.

Hace un tiempo veía en la televisión un programa en el que se analizaba una situación preocupante: el aumento de casos de VIH en matrimonio. Grosso modo lo expuesto en dicho programa iba más o menos así: Ha habido un aumento de casos de VIH en las relaciones supuestamente monógamas. Muchas mujeres que son fieles a sus maridos se sorprenden cuando se les diagnostica esta enfermedad, y es que, aunque ellas han sido fieles, lo más probable es que el esposo no lo haya sido (puede darse el caso de que el marido haya adquirido el sida por alguna otra de las vías posibles). Según los panelistas de este programa, estos casos se habrían podido evitar con el uso del preservativo. Lo que sucede -seguían explicando- es que en las relaciones tradicionales el poder lo tiene el hombre, y es él el que decide bajo que condiciones se mantienen las relaciones sexuales en la pareja. A la mujer no le queda más que acatar. De acuerdo a estos expertos la solución pasaría por concientizar a la mujer para enpoderarla, es decir para que ella también adquiera poder a la hora de decidir las condiciones y pueda exigirle a su pareja que use preservativo cuando ella considere que existe riesgo de que su pareja sea portadora del VIH.

No me voy a detener sobre las objeciones de carácter moral al uso del preservativo, que quizá los integrantes del panel considerarían discutibles, sino sobre algunas objeciones más de carácter práctico y de sentido común. Y es que estoy convencido de que el tal empoderamiento, como herramienta para combatir el sida en las parejas monógamas, está condenada al fracaso. ¿Piensan seriamente estos panelistas que esta mujer empoderada podrá exigir a perpetuidad el uso de preservativo? ¿Y si este matrimonio desea tener un nuevo hijo? ¿Deberá exigirle un examen de elisa a su pareja?… Y por último no hay que discurrir mucho para caer en la cuenta de que se corre el riesgo de que el preservativo falle. (Porque eso de que un preservativo bien utilizado nunca falla es tan verdadero y tan falaz como aquello de que los misiles inteligentes nunca fallan, pero fallan los seres humanos que los programan).

Pero además de ineficaz, la propuesta de empoderamiento es anatópica. Esta solución es producto de una extrapolación al ámbito de la pareja de una realidad que proviene de otros ámbitos y que no es aplicable. Quizá una interpretación de poder de las relaciones que se dan en el ámbito político-social y empresarial sea correcta, y por ende el empoderamiento sea una herramienta eficaz (Aunque a mi parecer el puro empoderamiento no sea del todo eficaz); sin embargo, las relaciones propias de una pareja, y las relaciones propias de una familia, no son relaciones de poder, interpretarlas así conlleva a la degradación de dicha relación.

Podemos distinguir, sin afán de exhaustividad, tres tipos de relaciones. La relación de poder se basa en el mando y la subordinación; la relación de reciprocidad se basa en el intercambio voluntario de bienes; y las relaciones de confianza que se basa en la preocupación real por el bien del otro. Como puede verse, las diferencias entre estos tipos de relaciones es el nexo más vital que se establece entre los miembros de las relaciones de confianza, y bien llevada puede llegar a una gran solidez. Y es que, mientras que en las relaciones de poder debe haber una persona portadora de poder y la otra subordinada, pues si la primera pierde el poder o la segunda deja de estar subordinada, la relación desaparece; y en las relaciones basadas en la reciprocidad los miembros deben tener algo que intercambiar, de lo contrario no puede darse la relación; en las relaciones basadas en la confianza exigen únicamente que el otro sea.

Claro ejemplo de esto es las relaciones donde se dan casos de violencia. El poder -en estos casos brutal- de una parte que somete a la otra. Pero cuando la otra parte pierde el miedo, lo más probable es que esa relación no se salve, porque dicha relación de poder ha desaparecido, ya no tiene efecto sobre una de las partes. Empoderar a la mujer es poner en riesgo la existencia misma de la relación, y más aún en un tema tan delicado dentro de la pareja como es el sexual, pues introduce la desconfianza en la relación. Es decirle al otro: «Te quiero mucho, te amo mucho, pero no me inspiras confianza.» El empoderamiento pretende hacer depender la relación yo-tú de la pareja de un elemento distinto a la de la Palabra que la estableció, que es el poder. Este poder surge de modo dialéctico en respuesta al excesivo poder del hombre; por lo tanto la dinámica relacional se constituye en la búsqueda constante de un equilibrio del poder y no en el encuentro y la mutua inhesión de la pareja, de la tensión confrontadora y no de la unión.

Por último me parece que el tema del empoderamiento está mal enfocado. Si las mujeres son fieles, y los hombres infieles y causa del problema ¿Qué curioso árbol de problemas y soluciones da como repuestas que hay que empoderar a las mujeres? Si un marido, por alguna alteración mental, se vuelve violento con su esposa ¿Cuál es la solución más racional: enseñarle kung fu a la esposa o tratar psiquiátricamente al esposo y sacarle el mal? La respuesta es evidente. No se trata por lo tanto de empoderar a la mujer en el ámbito familiar, sino de mostrarles tanto a hombres como mujeres (porque no me creo que el problema sea sólo causa de hombres) cuál es la naturaleza de las relaciones conyugales. Como decía Edith Stein, «Los fundamentos de toda vida común humana son confianza y consideración», consideración que implica actuar pensando siempre en las consecuencias que nuestras acciones tendrán en la otra persona. Es decir, hacernos dignos de confianza.