Diario Metafísico

El estudio tradicional de la comunicación ha sido elaborado desde una perspectiva cibernética, analítica, matemática y positivista. Así, los primeros modelos fueron elaborados con miras a explicar realidades impersonales, como el propuesto por Shannon y Weaver para analizar los problemas de los aparatos telefónicos. 
 
Desde esta perspectiva reduccionista se entendió la comunicación como «el proceso por medio del cual se transmiten significados de una persona a otra».  Es decir, partiendo del análisis de procesos informativos que permitían el transportar un dato informativo de un aparato emisor a otro receptor, sea este teléfono, radio,… se procedió a una simetrización con la comunicación humana. 

Este proceso de simetrización ocultó la verdadera realidad de la comunicación como fenómeno humano, y la empezó a comprender desde categorías cibernéticas y positivistas. Este ocultamiento fue también ocultado por la aparente eficacia que se lograba en la transmisión informativa, por la mejora de tecnológica que –hasta la actualidad- nos ha permitido un mejor intercambio de información a múltiples niveles, y que ha disuelto la clásica distinción entre urbe y orbe. No es de extrañar pues, que desde este enfoque se concluyera que «En cualquier circunstancia, es evidente que el hombre es un pobre componente en un sistema de comunicación. Presenta una amplitud estrecha, un nivel de ruido elevado, cuesta muy caro mantener y duerme ocho horas de cada veinticuatro» (Miller 1967: 55). 

La aldea global –producto de esta explosión de tecnologías de la información- marca pues el fin del orbe clásico, por la reducción del espacio que ha supuesto la ubicuidad informativa; sin embargo, en esa misma aldea –tan bien informada- ha aparecido el fenómeno de la incomunicación que se manifiesta en los crecientes conflictos bélicos, en la explosión de violencia en las ciudades desarrolladas, en los casos de divorcio… pues donde fracasa la palabra y el diálogo, surge la violencia. Este doble fenómenos, el de una mayor ubicuidad de la información y el de la cada vez más acentuada incomunicación social, nos lleva a distinguir de modo neto entre la comunicación y la información; pues la primera «no es nunca un transporte de vivencias, por ejemplo de opiniones y deseos, desde el interior de un sujeto al interior de otro», como observaba Heidegger. La comunicación no se confunde con la pura transmisión de información, sea dada esta de modo exitoso o no, sino que surge a partir de ella cuando este proceso informativo surge desde el ser personal. Es un ir mucho más allá de la información, del ámbito impersonal de los aparatos y la tecnología.

La comprensión de la comunicación en su sentido más pleno, es decir como realidad humana, pasa por hacer explícito el doble ocultamiento en que se ha visto inmersa la comunicación. Hay que tener en cuenta, sobre uno de los ocultamientos, que la presencia de la incomunicación, en distintos ámbitos de la existencia humana, va aumentando a medida que los medios informativos se perfeccionan. Muchas veces, son esos mismos medios los que propician –o por lo menos catalizan- situaciones de incomunicación, como puede verse en el caso de la televisión y la incomunicación familiar. Otrosí, el exceso informativo que en la actualidad se vive sobre la realidad política –ya no restringida a los informes diarios de los medios tradicionales, sino que incluso cabe hacer seguimiento a las discusiones parlamentarias, a las actividades de los líderes políticos, y de sus partidos- contrasta con el poco interés que se va imponiendo en nuestras sociedades por la política, por la discusión pública de los asuntos políticos. Pareciera pues cada vez más cierta aquella descripción que hizo Marcel del mundo humano, cuando lo calificó de un mundo quebrado: «cada uno en su rincón, su pequeño negocio, sus pequeños intereses. De pronto se encuentran, se entrechocan, con un ruido de chatarra».