Sin Temor a las Palabras

Acabo de leer en Piensa Rápido II, una afirmación de la autora -chica inteligente por lo demás- que me ha dejado pensando acerca del uso que les damos a las palabras, y como muchas veces renunciamos a usar algunas de ellas, que a mi entender son irrenunciables.

El texto que llamó mi atención dice lo siguiente:

 y prefiero cambiar los terminos «mal» y «bien» por correcto/incorrecto o apropiado/inapropiado o convemiente/inconveniente o prudente/imprudente, porque por alguna razón las palabras bien y mal han causado las más desastrosas diferencias entre los hombres y el estado de paz de la humanidad, y se nota más ahora en una sociedad que no quiere aceptar parámetros de comportamiento sino que quiere permitirlo TODO, con la equivocada idea de que eso es libertad… y eso termina ocurriendo porque cada quien quiere tener su idea de lo bueno y lo malo.

Si la gente ha llegado a la estupidez de crearse su propia idea de lo bueno y lo malo ¿Qué nos garantiza de que no haga lo mismo con lo correcto e incorrecto, lo apropiado e inapropiado, lo conveniente e inconveniente, lo prudente e imprudente? No creo que el cambio de palabras nos salve del relativismo en que ha caído los terminos bien y mal, creo más bien que lo ocultan.

¿En qué sentido el cambio de palabras oculta el relativismo? Partamos del primer binomio de palabras que nos son sugeridas para remplazar: correcto e incorrecto. Lo correcto es lo que está conforme a la regla; pero la regla puede ser desde una norma procedimental hasta una norma de comportamiento. Un proceso correcto no es garantía de un proceso moralmente bueno. Tengo algunos alumnos que cumplen todas las normas del proceso académico, y llegan al final del curso presentando trabajos plagiados. Hay procedimientos correctos para realizar abortos, pero no creo que se pueda hablar de un procedimiento bueno para abortar. Igualmente, comportamientos correctos -como la corrección social- pueden ser enmascaramientos de actitudes hipócritas o de legalismo. No parece pues que lo correcto e incorrecto sea un mejor sustituto de lo bueno y lo malo. 

Igual sucede con los términos convenientes o inconvenientes. Lo conveniente es lo útil, lo oportuno, lo conveniente. Pero ¿conveniente a que o para que? Hay asesinatos que son convenientes para ciertas causas, pero no son moralmente buenos. Hay políticas públicas -como el de planificación familiar- que puede resultar convenientes para el ajuste de ciertos índices sociales; pero no por ello son buenos en sentido moral. De la misma forma, los términos apropiados e inapropiados, aluden a cierta adecuación con un criterio que no queda del todo claro como será definido.

El otro término es quizá el más aceptable: prudente o imprudente. Sin embargo, lo prudente alude directamente al bien o mal. Es prudente quien actúa con buen juicio, quien trata de acercar su actuar a lo que es moralmente bueno. Por lo tanto el término prudente no puede remplazar al de bien o mal sino que antes bien lo supone directamente.

No hay que tenerle miedo a usar palabras que sean políticamente incorrectas. Si a lo largo de la historia de la humanidad, las personas se han visto movida a conflictos por definir lo que era el bien o el mal era porque se daban cuenta que el asunto era importantísimo, nadie se pelea por algo que considera baladí. Las disputas que habían en torno a conceptos como bien o mal, verdad o mentira, surgían de la imperiosa necesidad de aclararse esos temas vitales. En la actualidad ocurre lo contrario. Pareciera que ya no le damos el valor que merece a esas realidades, entonces ¿para qué pelearnos? Busquemos un lenguaje ascéptico, no comprometido con nada de la realidad, sino en el que cada uno infle las palabras a su gusto. Así, terminamos diciendo que toda opinión es respetable, porque a la larga no hay una verdad o un bien universal con el que contrastarlas. 

Por  lo que he leído de lo escrito de la Autora, sé que ella no está de acuerdo con una actitud de relativismo; sin embargo, a veces nuestra bondad nos lleva a pecar de ingenuos. Yo creo que va uno más tranquilo por la vida -y con la conciencia- llamando a las cosas por su nombre, recordándole a la gente que el bien o el mal no les compete en su definición. Seamos los tábanos que Sócrates quería que sea la gente pensante.