La responsabilidad II

La responsabilidad es un valor en alza, lo cual quiere decir que es un valor en crisis. Desde hace ya varios años, viene siendo objeto de reflexión de muchos pensadores como Roman Ingarden[1], Emmanuel Lévinas[2], Hans Jonas[3], solo por mencionar algunos. Sin embargo, estas reflexiones no siempre han llegado a calar en los planteamientos que sobre responsabilidad social se vienen haciendo en el ámbito de la empresa. Sobre esto último, Elisabet Garriga y Domenec Melé, en su trabajo Corporate Social Responsibility Theories: Mapping the Territory[4], hacen una revisión de los distintos planteamientos que sobre el tema hay en la literatura del managemet, y llegan a clasificarlos en cuatro grupos de teorías: las teorías instrumentales, que entienden que la responsabilidad de la empresa está en la creación de riquezas; las teorías políticas, que entienden a la organización como una entidad poseedora de un cierto poder sobre el cual debe responder; las teorías integradoras, que entiende que el deber de la empresa es integrar las demandas sociales; y por último las teorías éticas que comprenden a todas aquellas teorías para las cuales la responsabilidad de la empresa gira en torno a unos valores éticos.

 

¿Por qué este interés general por la responsabilidad? Spaemman ha señalado cuatro factores por los cuales el «principio de responsabilidad» ha ganado notoriedad en la preocupación moral de nuestro tiempo. El primero de ellos sería la complejidad, cada vez mayor, de las circunstancias de vida. Los avances científicos y tecnológicos, en la medida en que se han ido implicando con la vida humana, la han ido complicando. El hombre actual se enfrente a una realidad compleja, frente a la cual no le sirve ya el atenerse a una tradición de pensamiento moral o a una obediencia a una orden dada, sino que necesita cierto margen de discrecionalidad y formación para poder enfrentarse a los posibles cambios de la realidad. “El modo correcto de actuar –señala Spaemman- (…) presupone que el agente no sea empleado solamente como medio para un fin, sino que él mismo esté informado sobre los fines y posea los conocimientos y aptitudes necesarios para perseguirlos.”[5] Esta misma complejidad afecta al tejido social, por lo cual las personas de hoy en día se enfrentan a una sociedad en la que coexisten diferentes subsistemas sociales, que si bien son diferentes no son excluyentes uno de otro, por lo cual una persona puede desempeñar varios papeles en la sociedad. “Los papeles prefijan determinados modos de comportamiento. Pero la coordinación de diferentes papeles exige decisiones que a su vez no están pre-programadas como comportamiento conforme a un rol.”[6] Este sería el segundo factor, pues, por ejemplo, ¿cómo una enfermera puede hacer compatible su labor de guardianía por las noches en un hospital con su trabajo de dictado de clases en una universidad? ¿En qué momento preparará clases, corregirá trabajos, asesorará alumnos; y en qué momento descansará lo necesario para poder realizar su trabajo nocturno en condiciones óptimas? El tercer factor es “la creciente capacidad de la ciencia de prever cuáles serán los resultados de la acumulación a largo plazo de las consecuencias de la acción humana.”[7] Es decir, la ciencia no solamente nos ha permitido modificar la naturaleza, sino que también no ha dotado de un conocimiento preciso de las consecuencias de nuestro actuar, con lo cual nuestra responsabilidad se ha extendido sus límites a ámbitos ante los cuáles nuestros antepasados no se sentían responsables. Por último, la ciencia y la tecnología no sólo han modificado el mundo en pasado, sino que lo siguen modificando, y cada vez la velocidad de los cambios es mayor, de tal modo que resulta difícil establecer unas pautas fijas de comportamiento responsable, porque las circunstancias cambian exponencialmente. Por lo cual el peso de la dirección ética ha pasado de estar en la norma que establece el comportamiento, a la responsabilidad de la persona que tiene en cada acción que dirimir su propia responsabilidad.

 

Como decíamos al inicio, no parece claro que esta alza del valor de la responsabilidad, sea una cuestión del todo positiva; sino que antes bien pone en evidencia una crisis: la crisis del sentido de la responsabilidad. La responsabilidad de la que hablan los filósofos no se muestra como la misma que preocupa al hombre de a pie, y ni siquiera existe una unanimidad en lo que los mismos teóricos entienden por responsabilidad, y cómo lograrla. Ante semejante disparidad de teorías, es lógico que no exista una armonía de las prácticas de responsabilidad social, y peor aun que estas terminen siendo vista con desconfianza por la misma sociedad ante la cual la empresa pretende ser responsable.

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[1] Roman Ingarden, Sobre la responsabilidad: sus fundamentos ónticos, 2da ed. Madrid: Ed. Caparrós (Colección Esprit n° 49), 2001

[2] Emmanuel Levinas, Humanismo del otro hombre, Madrid: Ed. Caparrós (Colección Esprit n° 6)

[3] Hans Jonas, El principio de responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona : Herder, 1995

[4] Elisabet Garriga y Domenec Melé, Corporate Social Responsibility Theories: Mapping the Territory in Journal of Business Ethics 53: 51–71, 2004.

[5] Robert Spaemman, Limites, P. 207

[6] Robert Spaemman, Limites, P. 207

[7] Robert Spaemman, Limites, P. 207

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