En su reciente visita de su santidad Benedicto XVI a los Estados Unidos de Norteamérica, el Santo Padre tuvo la oportunidad de dirigirse a los representantes de los países miembros de las Naciones Unidas. En su intervención, el Papa ha recordado –con palabras de su predecesor Juan Pablo II- que las Naciones Unidas está llamada a convertirse en el «centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una ‘familia de naciones’».
Esta misión de ser el centro moral de la comunidad internacional, conlleva a que toda acción de dicho organismo debe estar basada en el principio de responsabilidad de proteger, que todo gobernante tiene hacia los gobernados. En esta línea, el Papa ha criticado «la manifiesta paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad internacional».
El desarrollo producto de la globalización parece ser manejado por unos pocos que recaban para si todos los beneficios, mientras que otros países –el Papa hizo especial mención de las naciones Africanas- «permanecen al margen de un auténtico desarrollo integral, y corren por tanto el riesgo de experimentar sólo los efectos negativos de la globalización».
¿Cómo hacer del desarrollo un proyecto internacional, que redunde en el bienestar de toda la comunidad internacional? Benedicto XVI ha señalado que « La promoción de los derechos humanos sigue siendo la estrategia más eficaz para extirpar las desigualdades entre Países y grupos sociales, así como para aumentar la seguridad»; pues cada vez se ve con más claridad que son estos derechos el sustrato ético sobre el cual debe erigirse la comunidad internacional; siempre y cuando se comprenda el sentido trascendente de estos derechos, enraizados en la dignidad humana y el origen común de la persona.
Desde esta perspectiva, se vuelve urgente la protección de estos mismos derechos de la tentación de dar de ellos lecturas que pretenden desasirlos de su fundamento iusnaturalista y trascendente, para ponerlos al servicios de intereses particulares, de grupo, de ideologías del momento. El Papa ha advertido que «arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos. Así pues, no se debe permitir que esta vasta variedad de puntos de vista oscurezca no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la persona humana, sujeto de estos derechos».
Se trata por lo tanto de recordar –como lo hizo el Papa a los miembros de las Naciones Unidas- que la legalidad no puede estar por encima de los imperativos de la justicia; sino que por encima de una cualquier visión utilitaria –que el Papa calificó de mísera- deben estar la convicción de que el respeto a los derechos humanos está enraizado en la justicia que no cambia. Lo que congregó en su momento a los países miembros de las Naciones Unidas y lo que los debe seguir congregando es la búsqueda de la justicia universal, cimentada en el bien común y la verdad universal.
Por otra parte, Su Santidad ha señalado la importancia de una vida firmemente enraizada en lo religioso, para el reconocimiento del valor trascendente de todo hombre y de toda mujer. Una religiosidad bien entendida –y promovida- «lleva al compromiso de resistir a la violencia, al terrorismo y a la guerra, y de promover la justicia y la paz». La libertad religiosa –que debe ser reconocida como un derecho humano- tiene una vertiente individual y comunitaria que se fundamenta en la unidad de la persona. «Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos», señaló el Santo Padre.
Como dejó apuntado en su libro Jesús de Nazaret, “Cuando a Dios se le da una importancia secundaria, que se puede dejar de lado temporal o permanentemente en nombre de asuntos más importantes, entonces fracasan precisamente estas cosas presuntamente más importantes. (…) Las ayudas de Occidente a los países en vías de desarrollo, basadas en principios puramente técnicos-materiales, que no sólo han dejado de lado a Dios, sino que, además, han apartado a los hombres de Él con su orgullo de sabelotodo, han hecho del Tercer Mundo el Tercer Mundo en sentido actual. Estas ayudas han dejado de lado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan. Está en juego la primacía de Dios. Se trata de reconocerlo como realidad, una realidad sin la cual ninguna otra cosa puede ser buena. No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la Bondad misma, el Bien”.
»¿Cómo hacer del desarrollo un proyecto internacional, que redunde en el bienestar de toda la comunidad internacional?»… Es una gran interrogante. Precisamente hoy, viendo y escuchando en CNN un especial del programa En Efectivo, llamado Comida Cara , sobre el alza de los precios de los alimentos y cómo esto afecta nuestra calidad de vida, pude darme cuenta de que el mundo »globalizado» trae problemas de la misma índole: (valga la redundancia) globalizado. Lo que antes afectaba a unos, ahora nos afecta a todos. Se habló en el programa de las causas de esta crisis y fue para mí chocante entender que la mayoría de estas son medidas que se han tomado para combatir otro tipo de problemas (ecológicos, económicos), como por ejemplo el tema de la energía y el biocombustible (No viene al caso expicar cómo esto ha afectao el costo de los alimentos). Por eso entiendo que: mientras se tomen soluciones parciales a problemas globales, estas tenderán a generar más problemas; si un problema y su respectiva solución no se consideran en cuanto pueden afectar al mundo, aún logrando éxito en el lugar específico donde se implanta la medida, las consecuencias de estas en el resto del mundo producirán probablemente más problemas, de los cuales ese lugar puede ser susceptible de padecer. Se trata pues de un efecto rebote, originado por las nuevas maneras de relacionarse que los países han adoptado al paso acelerado de la globalización, y cuya comunicación es más bien una especie de interconexión de sistemas que dependen entre sí.- ¿A qué viene todo esto? A una particular preocupación: mientras que el mundo globalizado se preocupa por la economía en EEUU, el petróleo, el calentamiento global, la »comida cara», el consumo de energía y las alternativas para saciar su demanda; mientras se ocupa de estas cosas y sigue creciendo el círculo vicioso problema-solución… ¿será posible que centre su atención en los que están más apartados de este proceso?