Las Herejías del pensamiento

En el ámbito de la vida cotidiana, pensar no está de moda, quizá nunca lo estuvo, pero de eso no puedo dar razón. Desde la edad vivida sólo puedo dar razón de haber escuchado innumerable veces aquello de: “no lo pienses, diviértete”, o “deja de estar pensando y ponte a hacer algo”. Pareciera que pensar es una actividad estorbosa, y que hay que evitar, salvo que tenga algún resultado útil. De esta manera, el pensamiento válido es el que da alguna solución al mundo: produce dinero o cura una enfermedad (que a la larga producirá dinero). Otro tipo de pensamiento es improductivo y por ende una pérdida de tiempo.

Sobre la existencia de Dios y la inmortalidad del alma y su destino guardamos un silencio kantiano, y si alguna vez nos asalta una duda sobre estos temas siempre podremos llamar a Jossie. Por esta vía, pensamiento y ciencia se han equiparado. Pensar seriamente es hacer ciencia experimental. Así lo ha recordado S.S. Benedicto XVI: «Se ha verificado un deslizamiento desde un pensamiento preferentemente especulativo a uno mayormente experimental. La búsqueda se ha dirigido sobre todo a la observación de la naturaleza en el intento de descubrir sus secretos. El deseo de conocer la naturaleza se ha transformado en la voluntad de reproducirla» (Discurso por el X Aniversario de la Encíclica Fides et Ratio, 16-X-2008).

El origen de esta desviación se puede encontrar en algunas “herejías”. Entiendo por “herejía” el amor a una verdad reducida, constreñida al espacio de la intelección individual. El hereje es aquel que ama su verdad por encima de la verdad. La filosofía ha tenido también sus herejías; gentes que, asombradas por el descubrimiento de alguna verdad, llegan a negar el resto de verdades.

Allí está, por ejemplo, el escéptico que maravillado por la inmensidad del cosmos, niega que este pueda caber en la mente humana. Algo tan grande no puede caber dentro de algo tan pequeño como es la cabeza humana. «Hay que ser humildes –dice el escéptico- y reconocer que nada podemos conocer, que la verdad del cosmos excede nuestra capacidad intelectual». El portento del universo no puede menos que mover a la virtud al escéptico, y se hace humilde; pero su humildad deja de ser virtud y se convierte en un vicio. Porque todo pensamiento que detenga el pensamiento es un pensamiento herético, es un pensamiento suicida y, como aconsejaba Chesterton, tiene que ser detenido. Porque si no se detiene ese pensamiento, se detiene el pensar.

Allí tenemos también al determinista, que asombrado de la precisión de algunas leyes de la naturaleza, quiere entender al hombre también en ese sentido, negando así la libertad humana. El determinista es un hereje que consterna, porque nunca sabremos qué tan agradecidos debemos estar de que comparta con nosotros su conocimiento; porque no sabemos hasta que punto actúa como hijo de su verdad.

Toda herejía del pensamiento supone un voto de pobreza intelectual, el cual es siempre improcedente. Hace 10 años, el entonces Papa Juan Pablo II lo recordaba en su Encíclica Fides et Ratio: «La lección de la historia del milenio que estamos concluyendo testimonia que éste es el camino a seguir: es preciso no perder la pasión por la verdad última y el anhelo por su búsqueda, junto con la audacia de descubrir nuevos rumbos. La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar de buen grado por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se hace abogada convencida y convincente de la razón» (n. 56).

El lema kantiano sapere aude [atrévete a saber] debe ir acompañado por otro que diga más o menos así: ama toda la verdad. No se puede amar sólo retazos de verdad, en olvido de otros pedazos; porque eso constituye lo que habíamos llamado herejía.

Una herejía del pensamiento es la que hemos heredado de Galileo. Él sostenía que «la filosofía está escrita en ese grandísimo libro que continuamente está abierto ante nuestros ojos [a saber, el universo], pero no puede entenderse si antes no se procura entender su lenguaje y conocer los caracteres en que está escrito. Este libro está escrito en lenguaje matemático». Galileo estaba convencido de que la matemática explicaba el mundo, y ciertamente lo hace; pero la explicación que da es de carácter instrumental. El peso de una persona no me dice la calidad de persona que es. El peso es solo un dato referencial que me permite saber si puedo cargarla, o el estado de su salud; pero de nada me sirve para amarla. No se ama un peso (contrario a lo que piensen algunas anoréxicas). A partir de Galileo se intentó entender el universo en clave matemática. Todo era matematizable, incluso la ética. Sin embargo, si por un lado la ciencia matemática iba descubriendo nuevas dimensiones del universo; por otro lado iba cubriendo lo más importante. El mundo vital quedó oculto debajo de una tupida red de números y fórmulas, que cumplían con su función de ser los puntos de apoyos para mover la tierra de sus goznes. 

Sin embargo, esa verdad científica era insuficiente. «Su objeto es parcial, es sólo un trozo del mundo y además parte de muchos supuestos que dan sin más por buenos; por tanto, no se apoya en sí misma, no tiene en sí misma su fundamento y raíz, no es una verdad radical. Por ello postula, exige integrarse en otras verdades no físicas ni científicas que sean completas y verdaderamente últimas. Donde acaba la física no acaba el problema: el hombre que hay detrás del científico necesita una verdad integral, y, quiera o no, por la constitución misma de su vida, se forma una concepción enteriza del Universo». (Ortega y Gasset) Y así el hombre termina intentando responderse a preguntas como el sentido de la vida, el bien moral, la inmortalidad del alma, y demás; y muchas veces en su afán de no perder el tiempo en filosofías, termina haciendo filosofía ajena.

Se me viene ahora a la mente la imagen del monje medieval. Se tiene la imagen errada de que ellos estaban todo el día discutiendo cuántos ángeles podían bailar en la cabeza de un alfiler. Pero la verdad es que ellos discutían sobre si el alma era inmortal, si Dios existía,… Para un hombre práctico la discusión de estos temas debe parecerle irrelevantes; sin embargo, una persona inteligente se dará cuenta que si el hombre no posee un alma inmortal, si no tiene algo que lo distinga del resto de lo seres que pueblan la tierra, el hombre no sería más que un animal. La tan mentada dignidad no sería más que una ficción, y todo lo que sobre ella se ha construido: justicia social, amor, solidaridad, caridad, un engaño. Hay gente que va por el mundo pregonando que no somos nada más que animales; y después se quejan de haber sido tratados injustamente cuando uno los abofetea en estricto cumplimiento de la ley de la selva.

Sabemos que no es lo propio del hombre el vivir de acuerdo a la ley de la selva. Estamos constantemente exigiendo un comportamiento correcto, un actuar ético, cuyos principios no pueden venir de la ciencia. «La ciencia (…) no es capaz de elaborar principios éticos; puede sólo acogerlos en sí y reconocerlos como necesarios para erradicar sus eventuales patologías. La filosofía y la teología son, en este contexto, ayudas indispensables con las que confrontarse para evitar que la ciencia proceda por sí sola en un sendero tortuoso, lleno de imprevistos y no privado de riesgos. Esto no significa en absoluto limitar la investigación científica o impedir a la técnica producir instrumentos de desarrollo; consiste, más bien, en mantener vigilante el sentido de responsabilidad que la razón y la fe poseen de cara a la ciencia, para que permanezca en su estela de servicio al hombre» (Benedicto XVI).

Esto exige un modo ampliado de entender la razón. Sin negar la razón científico-matemática, abrirnos a otros modos de razón como la filosófica, la práctica, la poética.

«La paloma ligera –enseñaba Kant hace más de 200 años- que hiende en su libre vuelo los aires, percibiendo su resistencia, podría forjarse la representación de que volaría mucho mejor en el vacío». Con esto, el filósofo, limitaba el conocer humano al dato empírico; realizando así el trabajo de esquilador del ave divina de la razón, como poéticamente lo acusara Machado. Kant fue un hereje insatisfecho de su propia herejía filosófica. Limitó el conocer a lo sensible, y después quiso traspasar ese límite para poder postular a Dios y la inmortalidad del alma; pero ese postulado no era ni la certeza que da la razón o la fe, sino pura esperanza ciega.

La herejía de los límites de la razón -afirmaba hace 10 años el Papa Juan Pablo II en la Fides et Ratio- «ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general. Recientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinas que tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombre estaba seguro de haber alcanzado. La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual».

Ante esa mentalidad, el entonces Papa, recordaba que «La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad».  El Papa salía en defensa de la razón y de su capacidad de alcanzar la verdad, y recordaba que era una vocación –un llamado- que se lanzaba a toda persona a través del asombro; porque el asombro es el origen del preguntar. «Nadie, ni el filósofo ni el hombre corriente, puede substraerse a estas preguntas. De la respuesta que se dé a las mismas depende una etapa decisiva de la investigación: si es posible o no alcanzar una verdad universal y absoluta. De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre» (Fides et Ratio).

El preguntar exige una respuesta. La búsqueda sólo tiene sentido si hay meta, y si a cada paso nos acercamos a algo, si en el horizonte va apareciendo poco a poco la meta. La búsqueda por la búsqueda es nihilista. «En otras palabras,  [el preguntar] busca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o instancias posteriores. Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es necesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocida como definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda».

Al llamado de recuperar la confianza en la razón, el Papa sumaba el de confiar en la ayuda que presta la fe. «Para ayudar a la razón, que busca la comprensión del misterio, están también los signos contenidos en la Revelación. Estos sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y permitir que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro del misterio. Estos signos si por una parte dan mayor fuerza a la razón, porque le permiten investigar en el misterio con sus propios medios, de los cuales está justamente celosa, por otra parte la empujan a ir más allá de su misma realidad de signos, para descubrir el significado ulterior del cual son portadores».

Diez años después, en medio de esa mentalidad que el actual pontífice ha catalogado de dictadura del relativismo, la propuesta del Papa sigue siendo actual. Sigue siendo necesario combatir las herejías del pensamiento, que no implica aunarse a una única forma de pensar, sino el confiar en la razón y en su capacidad de verdad.

2 thoughts on “Las Herejías del pensamiento

  1. Hola Carlos déjame decirte que está muy bueno tu artículo sobre las «herejías del pensamiento».
    Desconocía la herejía determinista, también me causó gracia los ejemplos que pones (Jossie) jeje.
    Por otro, es interesante la relación que haces de los discursos y encíclica del Papa para contrarrestar las aberraciones dichas por herejes.
    Si quieres que te haga una crítica «constructiva», pues, va a estar difícil eh! xq las cosas que dices son muy ciertas, sobre todo me gusta los dos primeros párrafos…,pero lo que si quiero es que me saques de una duda: ¿Cuál es la herejía propuesta por Galileo? ¿Es la matemática como parece que lo señalas? y si es la matemática ¿Tú consideras a la matemática una herejía? weno te dije una y parece q me excedí jee cdt hasta pronto bye.

  2. Parto de entender la herejía -siguiendo a Chesterton- como el amor a una verdad por encima de la verdad. No es la matemática una herejía; pero si lo es el matematicismo que no entiende que cabe un conocimiento de la realidad distinto del matemático y que lo complementa.

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