Apuntes de Navegación

Porque ciertamente -como solían decir los antiguos- vivir es navegar, y muchas veces el problema surge en que no sabemos cómo hacernos con todos estos instrumentos, aparejos, mapas… y sin saber cómo llegar, se pasa el tiempo en estarse quieto sin nada que hacer y llégase al convencimiento -del todo falso- de que esto es vida y nada más.

 

Sin embargo, puesto que está en nuestra naturaleza el navegar, andamos inquietos en estar quietos, y nos preguntamos sin con esto solo se agota la vida. Hemos olvidado el arte de la navegación pneumatológica, perdidos como estamos en cotidianidades. ¿Cómo queremos encontrar en esto felicidad? Si, reposando en aguas tan poco profundas, nada se encuentra, y más parece que en turbias aguas todo es muerte. ¡Ay marineros en tierra somos! Una contradicción in terminis del espíritu humano, ¿cuándo habremos de animarnos a zarpar allende al mar?

¿Pero cómo vamos a poder zarpar, cómo alejarnos de esta tierra tan árida en la que a veces andamos para adentrarnos a la mar de la vida y enrumbar a paradisiacas tierras? Hay en primer lugar que levar las anclas que nos tienen sujetos e inmovilizados. ¿Cuáles son las anclas sino los gustos, caprichos y egotismos?  Por esa línea iba aquellos consejos de San Juan de la Cruz, en los que dice que «acerca de todas las personas tengas igualdad de amor e igualdad de olvido, ahora sean deudos ahora no, quitando el corazón de éstos tanto como de aquéllos y aun en alguna manera más de parientes, por el temor de que la carne y sangre no se avive con el amor natural que entre los deudos siempre vive, el cual conviene mortificar para la perfección espiritual. Tenlos todos como por extraños, y de esa manera cumples mejor con ellos que poniendo la afición que debes a Dios en ellos».

Y más advertencias hacía cuando aconsejaba el cuidado «acerca de los bienes temporales; en lo cual es menester, para librarse de veras de los daños de este género y templar la demasía del apetito, aborrecer toda manera de poseer y ningún cuidado le dejes tener acerca de ello: no de comida, no de vestido ni de otra cosa criada, ni del día de mañana, empleando ese cuidado en otra cosa más alta, que es en buscar el reino de Dios, esto es, en no faltar a Dios; que lo demás, como Su Majestad dice, nos será añadido (Mt. 6, 33), pues no ha de olvidarse de ti el que tiene cuidado de las bestias». Otrosí, cuando pide «que guardes con toda guarda de poner el pensamiento y menos la palabra en lo que pasa en la comunidad; qué sea o haya sido ni de algún religioso en particular, no de su condición, no de su trato, no de sus cosas, aunque más graves sean, ni con color de celo ni de remedio, sino a quien de derecho conviene, decirlo a su tiempo; y jamás te escandalices ni maravilles de cosas que veas ni entiendas, procurando tú guardar tu alma en el olvido de todo aquello».

Levadas las anclas, zarpemos a aguas profundas con la confianza puesta en la buena madera de la que ha sido contruida nuestra nave, que el rugido del huracán, ni la bravura de la mar podrá con ella.

 

2 thoughts on “Apuntes de Navegación

  1. Pocas cosas he leido que expliquen con tanto gusto la sed de nevegar como lo que has escrito arriba. Aunque, en realidad, pocas cosas he leído. Pero he navegado. Y por eso puedo decir que no deja de ser grande, bello y verdadero lo que has escrito.

    La realidad está hecha de signos, y la naturaleza nos va habituando a reconocer algunos de ellos, tal vez los más elocuentes, con una delicadeza y una sencillez que nuestro lenguaje difícilmente alcanza. La sombra de un árbol, el sonido del trueno, el olor de la lluvia, el murmullo de un rìo son algunos de esos reclamos que la realidad nos hace casi con resignación, pero con constancia, intentando volver a despertar en nosotros añoranzas casi olvidadas. Son llamados que tienen una extraña consonancia con los latidos más profundos de nuestro corazón.

    Sin embargo, no son las palabras las que nos permiten a los hombres acercarnos a la delicadeza natural del signo, sino cosas muy concretas hechas por nuestras manos, cosas sencillas como el sonido de una campana, el calor de una fogata, las banderas ondeando al viento, una ventana abierta al sol. Con ellas decimos siempre mucho más de lo que comprendemos, como si al haber respondido a la necesidad que generó estos objetos, hubiéramos querido responder a una pregunta sobre nuestro destino.

    Las naves, especialmente los veleros(que me digan que no), pertenecen a esta última clase de signos, tèrminos tangibles y vivos de un diálogo primordial en el que la respuesta trata con éxito de estar a la altura de la pregunta. Al usar estos signos, al navegar, lanzamos al viento uno de los gestos más reveladores de la naturaleza humana.

    El deseo de dejar la tierra firme, siempre sólida e inmòvil, dejar lo conocido, incluso lo querido, a cambio de lo incierto, de lo que fluye, cambia y se oculta, es algo inexplicable y loco, desmesurado, si nos entendemos a nosotros mismos sólo desde nuestra bùsqueda de seguridad, tantas veces puesta en primer plano, tantas veces torcida por el miedo. Pienso que detrás de semejante locura sólo puede haber una promesa; nadie puede sentir como algo propio e ineludible un desatino tan grande, un gesto tan insensato -nadie puede atreverse a causarle tal preocupación a su mujer, a su mamá o a su abuela- si no es porque reconoce en la profundidad de sus deseos una promesa que lo constituye. La sed es, en sí misma, una promesa del agua.

    Inevitable recordar a estas alturas el llamado constante del querido Juan Pablo, cuando nos retaba, cuando apelaba a nuestra oculta juventud, diciendo una y otra vez «duc in altum», «remad mar adentro». Seguramente el centurión de la genial «Historia de Brian», colgada en algùn lugar de este blog con la anuencia de los Monty Python ( http://www.youtube.com/watch?v=HA5VKgGtra4 ), nos recordaría con su celo por el latìn que «altum» significa profundo y al mismo tiempo alto.

    Todo deseo de entrar en lo profundo es tambièn una mirada de esperanza hacia las màs grandes alturas. Cuando decimos que los dones se reciben de lo alto tambièn estamos diciendo que son recibidos desde la profundidad de nosotros mismos, cuando nos atrevemos a buscar debajo de nuestros apetitos y caprichos, en el hondo mar del verdadero deseo, donde la libertad se hace audaz y se convierte en amor.

  2. Me levanté hoy en la mañana tarareando una canción muy alegre de Henry Purcell, de la ópera Dido y Eneas, que desde hace muchos años es mi ópera favorita. El aria habla de la alegría de volver a navegar hacia el propio destino, luego de haber estado anclado en tierras ajenas. Es el mismo tema sobre el que escribes en el profético artículo de arriba.

    Purcell narra el episodio en que Eneas, sobreviviente de Troya y destinado por Júpiter a fundar una nueva y grandiosa nación, ha anclado sus naves en el reino de Cartago, en una escala de su viaje que se prolonga más de lo previsto.

    Cautivado por los encantos de la bella reina Dido, que lo quiere como esposo, está a punto de renunciar a su misión y quedarse a disfrutar de las dulzuras conyugales y el poder en un reino que no es suyo.
    Sin embargo, un espíritu le trae un mensaje de Júpiter que le hace recordar su misiòn y, desgarrándose el corazón, abandona a Dido para retomar su viaje. Luego de un aria tristísima en la que Eneas clama «¡vuestra es la culpa oh, dioses; obedezco, pero más fácil sería morir!», Purcell, con su habitual gusto por los contrastes, pone en labios de Eneas un canto feliz, un llamado a sus hombres y a todos los hombres a preparar las naves, levar anclas y partir. Es la alegría total, el himno de un hombre que ha recuperado el gozo de vivir para cumplir el propósito de su vida.

    Aquí lo cuelgo, en una versión curiosa para ballet, que rescata el fresco tono marinero de la canción (no olvidemos que Purcell era inglés):

    http://es.youtube.com/watch?v=w6hkswO1V-o&feature=related

    El texto:

    «Come away, fellow sailors, come away, your anchors be weighing,
    Time and tide will admit no delaying
    Take a bouzy short leave of your nymphs on the shore,
    And silence their mourning with vows of returning,
    but never intending to visit them more, no never,
    no never intending to visit them more.

    SAILORS’ DANCE (Orchestra)

    «¡Venid a zarpar!, compañeros navegantes, ‘venid a zarpar! Vuestras anclas sean levantadas!
    El tiempo y la marea no admitiràn demora alguna. Den un apurado saludo de despedida a sus ninfas en la costa y silencien sus lamentos con promesas de retorno, pero nunca intenten visitarlas otra vez, no, nunca, nunca intenten visitarlas otra vez»

    Eneas parte feliz, recuperado de la pena de la separación, rumbo al norte, a Italia, donde bajo la protección de Júpiter fundará una nación que con el tiempo se convertirá en la gloriosa Roma. Dido, en un trágico y delicioso final, inaceptable en estos tiempos feministas, queda destrozada y canta lo que muchos críticos consideran la canción más triste jamás escrita.

    La cuelgo también, en una versión no académica, pero profunda, por la`cantante inglesa de blues Alison Moyet:

    http://es.youtube.com/watch?v=85ytCrJ_ygI&feature=related

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