La Destrucción de la Filosofía

La labor del filósofo en su búsqueda de la verdad, es de destrucción. La filosofía es un saber que se erige sobre la base de la destrucción. El espíritu de escuela no ha entendido esta labor de la filosofía, y ha centrado todo su esfuerzo en una perenne labor de conservación. El conservadurismo filosófico es una contradictio in terminis, un hierro de madera. Conservar en filosofía es soñar con el espíritu, ¿Hay algo más trágico que esto? La filosofía no conserva nada, porque no es memoria, porque no versa sobre lo pasado, no es arqueología del saber.

¿Qué hay de malo en la arqueología del saber? En que el arqueólogo no ha entendido la razón del filosofar, porque supone que la filosofía es un hecho histórico. No ha entendido que aunque el hombre es un ser en el tiempo, no es un ser temporal. No ha entendido que en el pensar el hombre trasciende el tiempo. El arqueólogo del saber es marcadamente historicista y piensa que la verdad no resiste a la historia, que la historicidad es un elemento esencial del pensar, y por lo tanto se adentra en la historia como en la verdad.

“La razón debe vencer la temporalidad de la historia, es decir, la unidad de la verdad debe ser asequible al género humano. El historicismo no es correcto, aunque tampoco sea correcto pensar que la verdad ha sido adquirida definitivamente sin posibilidad alguna de incremento, que los pensadores pasados son insuperables y que, por tanto, al filósofo de hoy no le queda nada por descubrir, sólo firmar las sentencias de los filósofos anteriores.” (POLO)

Hegel concibió una verdad atrapada en la historia, que lograba su conciencia de si en el proceso histórico. La filosofía tenía un final histórico, y después de él, nada era posible. El movimiento posthegeliano fue en si un movimiento excesivamente hegeliano. Odiaban tanto a Hegel que no pudieron menos que perseguirlo; pero todo perseguidor es en últimas un seguidor, por eso aceptaron con Hegel el fin de la filosofía.

Allí tenemos a Kierkegaard, que atacó a Hegel con sus sermones fideistas irracionales; allí estaba también Marx que renunció a pensar el mundo y se resignó a transformarlo; allí está Schopenhauer que se dedicó a escribir libros de autoayuda de corte orientalista; y por último también estaba Nietzsche que atacó a Hegel desde la literatura irracional, con poemas y aforismos cargados de metáforas. De este último hay que señalar que nadie en su época lo consideró ya no un filósofo, sino un pensador serio. Junto con Schopenhauer fue un intelectual de salón, hasta que Heidegger le dio carta de ciudadanía en la filosofía. Este es el pathos terrible bajo el cual vive la filosofía actualmente. El filósofo se ha visto reducido a crítico literario, y la filosofía a literatura. Toda teoría filosófica no es más que metáfora, todo es juego de lenguaje, hermenéutica. En últimas, reposición del mito. Como señaló Edith Stein, las elucubraciones hedieggerianas sobre la nada, no son más que mitología pura.

Tiene que recobrar el filósofo su papel de destructor. “Destruir no significa aniquilar, sino desmontar, desmantelar, arriconar los enunciados puramente historiográficos sobre la historia de la filosofía. Destruir significa: abrir nuestros oídos, liberarlos a lo que en la tradición se nos transmite como ser del ente.” (HEIDEGGER) Hay que tener en cuenta, que el filósofo muchas veces piensa en atención a un problema que lo acucia; y en ese afán por solucionar el problema muchas veces enfatizan en exceso sus hallazgos. “Pero luego hay que ir desmontando ese énfasis, para encontrar una postura más acorde con la realidad” (POLO).

Solo el que destruye puede continuar el filosofar; el que conserva, falsifica. Diógenes Laercio debió haber entendido claramente esta idea cuando afirmo que “Aristóteles fue el más genuino de los discípulos de Platón”. Porque amaba a Platón no pudo menos que destruir su filosofía, desmontar su sistema y rescatar lo que de verdad había en él y que debía ser continuado, y dejar de lado los elementos místicos, religiosos órficos, que había introducido Platón de modo acrítico. La teoría aristotélica de la potencia y el acto surge precisamente de intentar solucionar el problema platónico sobre la diferencia entre el hombre dormido y el hombre despierto, a través de una ampliación temática de la filosofía.

La destrucción ha de tener en cuenta el ámbito personal, histórico, semántico,… Ha de dar cuenta de ello para hacerse con el meollo de verdad que existe en toda filosofía.

El que verdaderamente se entrega a la filosofía, hace inevitablemente philosophia perennis. Filosofía perenne no es una filosofía ya toda pensada, un tomismo acartonado que pretende tener respuestas a todas las preguntas; pero tampoco es un filosofar perenne que no acepta reposar en ninguna verdad, porque se plantea escépticamente que toda verdad es flor de paso, que ya se marchitará y aparecerá nuevas flores, nuevas modas. “Philosophia perennis significa algo muy distinto: me estoy refiriendo al espíritu del verdadero filosofar que habita en cada verdadero filósofo, es decir, en todo aquel que, movido por una irresistible necesidad interior, rastrea el logos o la ratio del mundo.” (STEIN)

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