Por una Verdadera Revolución

Es muy común ver en series de televisión, obras de teatro o novelas, críticas a la superficialidad y frivolidad que se vive actualmente en muchos sectores de la sociedad, reproches a la tendencia al enmascaramiento carnavalesco que oculta la profunda soledad en que viven muchas personas.

Dicha intención podría ser muy meritoria si no fuera porque la mentada actitud crítica no critica nada, su visión de la superficialidad de la vida es también superficial; pues no tiene una propuesta de búsqueda de felicidad. Esto se revela –por ejemplo- en aquella canción que decía algo como: las ganas de vivir, de ser feliz, de tocar algo real y volar sólo se ve satisfecha en un salto al vacío, sin pensar, que pretende dar alcance a la libertad.

Una persona que ansía dejar atrás lo pasado y no pensar en lo que pasará, se condena a vivir en el instante; y el instante para el hombre es suicida, pues la persona dispone del tiempo para crecer. A diferencia de los animales, cuya carga instintiva les muestra cómo desarrollarse temporalmente, el hombre debe decidir qué hacer con el tiempo que le es dado, pues el crecimiento de lo más humano en el hombre es libre: inteligencia y voluntad.

Precisamente, el crecimiento personal es el saber aprovechar de nuestro tiempo. Es decir, sin negarse a pasarla bien en esta vida, el ser humano debe apuntar a un “pasarla bien” de modo inteligente; y esto se logra mediante el desarrollo de virtudes. No se trata pues de llevar una vida espartana, de desprecio de los placeres y los goces, sino de disponer de ellos de modo inteligente (templado) lo cual nos permitirá no quedarnos embotados en ellos, sino disfrutar de ellos e incluso prescindir de ellos por lograr bienes mayores. No me esclavizo de ellos sino que los disfruto libremente y libremente los dejo para buscar a bienes mayores.

Los cantos modernos de la libertad no son más que un cambio de pose. Hastiado de las poses en las que han vivido sus padres, no buscan liberarse de ellas para ser verdaderas personas sino una nueva pose: Quieren cambiar el “güisqui” de sus padres por el “éxtasis”; rechazan el libertinaje sexual solapado de sus progenitores a favor de un libertinaje público. Nuevos nudos para viejas ataduras.

¿Cómo termina todo esto? Pues con el hastío, terminan volviendo a la superficialidad que critican. Sólo hay que mirar que –en el panorama mundial- esos jóvenes rebeldes son hijos de los hippies con su “peace and love” y de los jóvenes enardecidos del mayo del 68 y su “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder” o “todo es posible”. ¿Dónde está el mundo de libertad que aspiraron y que al parecer no han podido heredar a sus hijos? Los que no sucumbieron ante la drogas terminaron aceptando la irrealidad de su ideal, convirtiéndose en burócratas.

Empezaré a creer en esas críticas a la sociedad cuando  propongan algo que sea eternamente nuevo; y a mi entender lo único que es así es la verdad. Únicamente la verdad sigue resultando novedosa para todo aquel que se confronta con ella. Únicamente la verdad es revolucionaria en el pleno sentido. Como Su Santidad Benedicto XVI recordaba a los jóvenes en Colonia: “»En el siglo que acabamos de dejar atrás hemos visto revoluciones, cuyo programa era de no esperar más la intervención de Dios y tomar en sus manos el destino del mundo (…) La verdadera revolución consiste en acercase sin reservas a Dios que es la medida de lo justo y al mismo tiempo del amor eterno. ¿Qué nos puede salvar si no es el amor?»

2 thoughts on “Por una Verdadera Revolución

  1. Tienes razón, amigo mío. Creo que toda revolución real debe empezar por una aceptación personal de lo que proponemos: ¿Por qué quiero libertad sexual? ¿Por mí o porque no se falte el respeto a otras personas? ¿En qué cambiará el mundo, en qué mejorará? ¿Mi afán es egoista o de verdad pienso que esto será un bien para aquellos a quienes «defiendo»? He recordado una escena de Full Metal Jacket (grande, Kubrick!), cuando un coronel se pregunta: «qué pasa con estos amarillos, por qué se quejan tanto, por qué no nos apoyan en esta guerra, si estamos aquí para salvarlos del comunismo?» Y claro, los aldeanos vietnamitas, que sufrían bombardeos, asesinatos, violaciones, robos y contaminación con gas mostaza, sólo quería paz, con o sin gobierno de izquierda. ¿A quién ayudamos con nuestras acciones? ¿A quién hacemos bien? ¿El fin justifica los medios? Los humanos no somos perfectos, menos yo. Sin embargo, trato de pensar… Estoy de acuerdo en protestar contra lo que es injusto, pero el desorden válido, parte de nuestro derecho natural a reclamar, debe estar basado en propuestas inteligentes, en alternativas, en soluciones reales ante autoritarismos déspotas… Si no, es simple anarquía. Vamos… ¿Quién se atreve a luchar por lo que le pasa a otro, no a sí mismo? Buen artículo, amigo. Habría sido más universal sin Benedicto al final, pero admiro tu transparencia y respeto tu religiosidad. ¡Un abrazo!

  2. Ciertamente, existe el peligro de que sea otro -el estado, la mentalidad del momento- el que elija lo que nos hace felices. «Actúa como si tu acción tuviera que se aprobada por el Fuhrer», enseñaban en las escuelas los nazis. Ciertamnte el Fuhrer era poca cosa para ponerlo de parámentro de lo que nos debe hacer felices… pero entonces qué nos queda. O la felicidad es una búsqueda sin término a través de nuestros errores o existe un norte al que dirigirnos, a pesar de nuestos errores. Ese norte lo entendió claramente Aristóteles: la contemplación de Dios. Pero cuando contemplo, soy yo el que contemplo… nadie puede contemplar por mi y después venirme a contar. La felicidad contada no es felicidad. Lo de Benedicto es la propuesta que hace el cristianismo desde hace más de dos mil años. Se propone, no se impone, y por lo tanto es de libre aceptación (aunque ciertamente en la historia no siempre se ha actuado así). Pero dos mil años dan algo de experiencia y quizá sea bueno detenerse a escucharla. Por último, como diría Chesterton, es universal porque es católico.

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