Ética y Familia

Desde sus inicios, el actual gobierno ha manifestado su interés por tratar de recuperar el sentido del deber entre los ciudadanos; lo que implica que estos comprendan la razón por la cual se obedecen las normas

Acostumbro preguntar a mis alumnos sobre por qué obedecen normas, y sus respuestas ocultan la perplejidad de no tener una razón clara. Algunos lo hacen por obediencia a una tradición, otros por temor al castigo… Y en un ambiente cada vez más individualista, el deber entra en conflicto con la voluntad de placer o de poder.
 
Aristóteles vio en la ética la búsqueda de la plenitud del ser humano, acorde a su esencia. La norma era considerada como protectora de bienes necesarios para lograr dicha plenitud. ¿Por qué no matar, no robar, no mentir? Porque la vida, la propiedad y la verdad son bienes. Plenitud no es otra cosa que el crecimiento de lo más humano: la inteligencia y la voluntad, a través de la adquisición de hábitos y virtudes; lo cual permite obtener una vida libre. La libertad en su sentido pleno se alcanza, desde una libertad primaria de elección, a través de la realización de virtudes que nos capacitan para renunciar a bienes menores y poder elegir bienes más altos.
 
Cuando el hombre –en su afán individualista- se niega a lo trascendente, cae en el subjetivismo, y la norma pierde su fin de ser protectora de bienes, y termina convirtiéndose en una carga. Se cree que la libertad –vista como fundamento de la persona- está dada en plenitud como pura capacidad de elegir. ¿Cómo garantizar esta libertad? No obstaculizándola. Estableciéndose las libertades como límites: la libertad de una persona termina donde empieza la del otro. No cabe relación en libertad con el otro, porque las libertades se excluyen mutuamente, las únicas relaciones son de uso o de dominio.
 
Si la ética tiene que ver con la plenitud humana, esta ha de establecerse desde un ser que sea apertura hacia los demás. Pero esta apertura se aprende, primeramente, en el hogar; pues como recodaba S.S. Benedicto XVI: “cuando la familia no se cierra en sí misma, los hijos van aprendiendo que toda persona es digna de ser amada, y que hay una fraternidad fundamental universal entre los seres humanos”. El respeto debido a los demás, y el respeto a las normas, se aprende ante todo en el hogar.
 
La tarea de cualquier gobierno que busque rescatar el sentido del deber es –en primerísimo lugar- la defensa de la familia como célula de la sociedad, y de los esposos –sobre todo de la madre- como los primeros formadores en temas de civismo. No se trata por lo tanto solamente de hacer campaña de concientización masiva. Es necesaria una revisión de ámbitos múltiples como, por ejemplo, las políticas laborales, para que garanticen a los padres una calidad de tiempo con sus familias; de las políticas de salud, para que protejan somática y psicológicamente a las familias; de las políticas de educación, para que hagan a los padres partícipes del proceso educativo. Pues, “la familia es el mejor ministerio de asuntos sociales, el mejor ministerio de sanidad y el mejor ministerio de educación” (Bennet).