YO

Ferdinand EbnerEbner es uno de los iniciadores de la llamada filosofía del diálogo. Nació en Neustadt, cerca de Viena, y se dedicó a ser maestro de escuela. Paralelo a esta labor, y pese a su débil salud, se dedicó como autodidacto a la búsqueda del sentido de la existencia en una Europa que entraba en crisis. Copio aquí algunos fragmentos que sobre el YO dejó escritos en una de sus principales obras: La Palabra y las Realidades Espirituales.

El Yo no es un concepto, y nada más alejado a la hora de comprenderlo que conceptualizarlo. El yo es el nucleo personal, sobre el cual no cabe objetivación. Por eso, para Ebner, toda filosofía que intentar aprehender conceptualmente el yo, yerra porque lo desvirtúa al entenderlo en tercera persona.

«Puesto que el yo, un hecho de la vida espiritual es un ser dado en el hombre, no «es», por lo mismo no pueden ni la psicología ni la metafísica afirmar su existencia sin contradecirse. Pero con la única expresión real posible sobre el yo, a saber «yo soy», no sabe exactamente nada que hacer ni el psicólogo, para quien el yo siempre se reduce a una palabra auxiliar que le facilite y simplifique la descripción de estados y acontecimientos psíquicos, ni el metafísico, que a veces se divierte especulando con él. Ambos emplean para sus propósitos la afirmación del ser del yo en tercera persona. Tampoco puede decirse: el hombre es un yo. También esto sería un contrasentido. Pero tampoco se debe decir, tomándolo con rigor, lo que tan gustosa como frecuentemente se hace una vez que los filósofos han objetivado y substantivado al yo, a saber, el hombre «tiene» un yo. Porque el yo no es una cosa, un objeto del tener, sino «el sujeto» del ser espiritual en el hombre e incluso ese ser mismo, que se ríe de toda objetivación. Tampoco es el yo una representación y no se deja captar en ningún concepto. Como palabra, es la palabra más «alejada de los sentidos», a la que no ha podido corresponder en su estado original lingüístico, en el que se asocia a todas las palabras con un contenido de conciencia sensible y concreto, ninguna representación sensible. El yo tampoco es el «saber mismo» ni la «identidad del sujeto y el objeto», tampoco la «reflexión del saber sobre sí mismo» por profundo y bonito que pueda todo esto sonar. Nada de esto es el yo, todo esto no pasa de ser la representación conceptual que una vez se formó de él un filósofo, a saber, Fichte. No es nada abstracto, a pesar de su significación «no sensible» como palabra, sino algo totalmente concreto, claro que no en el ámbito de lo sensible, sino del concreto espiritual.» 

Para Ebner la verdadera existencial espiritual estaba en la relación YO-TÚ que se establece por la palabra y el amor, y no en el pensamiento. Esto no era otra cosa que «soñar con el espíritu». Cuantas veces soñamos que vivimos y no lo hacemos. 

«El yo real existe porque y en tanto se mueve hacia el tú: no en el pensamiento que se engendra a sí mismo para devorarse enseguida en la soledad en que se piensa, sino subjetivamente en el amor, en el que su interna realidad del «yo quiero» alcanza dirección y sentido y del que el yo inteligible de los éticos nada sabe; y objetivamente no de otra forma que en la palabra y esto no porque se piensa sino porque se expresa. La palabra y el amor son los verdaderos vehículos de su relación, de su «movimiento» hacia el tú. Por el hecho de que se piense -y de que pensándose a sí mismo «sueñe» con su existencia- no sale el yo de su soledad. Pero por el hecho de que se expresa y se hace palabra se mueve a sí mismo, saliendo de esta soledad hacia el tú y se hace real en un sentido más profundo».

La palabra está estrechamente ligada al amor, es su manifestación objetiva de esta realidad subjetiva. Es el modo en que el YO sale hacia el TÚ y le da alcance. Por eso en principio toda palabra es, debería ser, una expresión de amor. Los insultos, las palabras dichas para humillar al otro, son una corrupción de su naturaleza.

«La palabra auténtica es siempre expresión del amor y en ella anida la fuerza para romper la muralla china. Toda desgracia humana en el mundo viene de que los hombres rara vez aciertan a decir la palabra adecuada. Si supieran hacer hacer esto se ahorrarían la miseria y la desolación de las guerras. No hay sufrimiento humano que no pudiera ser deterrado por la palabra precisa y no hay en toda desgracia de esta vida otro consuelo real que el que procede de esa palabra atinada. La palabra sin amor es un abuso humano del don divino de la palabra. En ella pugna la palabra contra su propio sentido y se desvanece espiritualmente a sí misma. Se pierde hundida en el tiempo. Pero la palabra que es expresión de amor es eterna».

El YO solitario es una ficción, una corrupción de la naturaleza relacional del hombre; por eso la soledad ensimismada es para Ebner enfermedad mortal.

«En la soledad ensimismada de su existencia -esa «enfermedad mortal» de su vida- y desde ella, es redimido el hombre por la palabra y el amor. El amor de Dios, que creo al hombre mediante la palabra, en la que estaba la vida, se objetivó en la palabra para salvar al hombre, es decir, se hizo aquí patente, hecho histórico en la encarnación de Dios y en la palabra del Evangelio.

No hay modo de salvar el yo abstracto de la filosofía, sospechoso desde tiempo ha, de ser una simple palabra hueca y una ficción lingüistica. Pero al yo concreto en el hombre -a la existencia humana en su ser personal- quiere Dios verlo salvado, pues por eso se hizo hombre en Jesús. ¿Cómo no sería aquí real ese yo?»