La Voz a Ti debida

Fue en mi curso universitario de Literatura donde por primera vez escuché hablar de Pedro Salinas. La profesora, una española joven y temperamental, nos dio a leer La Voz a ti debida. He de decir que el libro me resultó por lo demás insoportable, en ese entonces prefería la poesía agónica de Vallejo que al hablar de la amada podía decir: «Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;/ se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura». Tuve que descubrir a los filósofos del diálogo para que, al volver a leer a Salinas, ya en último año de carrera, su poesía me resultara iluminante.

 Creo recordar que de esa primera lectura, la única que se quedó grabada en mi fue aquella en que trata de la llamada, del ansía de ser llamado por el amor, no por la persona amada, todavía no. Me reveló el profundo deseo que muchas veces guardamos de encontrarmos llamados por el amor, a veces me ha pasado que ante una persona con la que encuentro mucha «empatía», que parece ser mi chica 10, me pregunto si el amor me llamará a través de ella; sin embargo, cuando he reconocido el amor, nunca me ha llegado ese llamado por vía de ellas sino de otras personas más disímiles.   

¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
«¡si me llamaras, sí, si me llamaras!»
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: «No te vayas».

A partir de mi lectura de los pensadores dialógicos, empecé a entender ese afán de vivir en los pronombre, de asir el ser personal del otro, allende las mascaradas sociales, culturales, o de la moda. La presencia desnuda del ser personal en el pronombre, indica el encuentro amoroso de intimidades.

¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».

Precisamente porque se da este encuentro de intimidades, y solamente cuando se da, el amor nos permite ir más allá de las manifestaciones, hacia el verdadero ser personal. Sobrevolamos lo accidental, lo circunstancial, para ir a lo nuclear. Buscamos el bienestar de la persona, del otro. ¿No decía Aristóteles que amar es querer el bien del otro? Pero el bien real, no la mera satisfacción de sus caprichos; y para saber cuál sea su bien hay que conocerlo al otro.

 Lo que eres
me distrae de lo que dices.

Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.

Miras de pronto a los lejos.
Clavas la mirada allí,
no sé en qué, y se te dispara
a buscarlo ya tu alma
afilada, de saeta.
Yo no miro adonde miras:
yo te estoy viendo mirar.

Y cuando deseas algo
no pienso en lo que tú quieres,
ni lo envidio: es lo de menos.
Lo quieres hoy, lo deseas;
mañana lo olvidarás
por una querencia nueva.
No. Te espero más allá
de los fines y los términos.

En lo que no ha de pasar
me quedo, en el puro acto
de tu deseo, queriéndote.
Y no quiero ya otra cosa
más que verte a ti querer.

Cuando no se da este encuentro, el amor -por más que se den sus manifestaciones- no deja de ser un juego individual. Amar es siempre amar a otro, dejarse amar y seguir amando. Ambos aman y se dejan amar, si no no cabe amor. Quizá por eso decía Tomás de Aquino que si el amor no es correspondido, es mejor destruirlo.

La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.

Cuando se ama se busca que la persona sea cada vez mejor persona, que crezca. No se trata de cambios epidérmicos. Muchas veces nos centramos en eso, y exigimos cambios que redundan en detrimento del ser personal. No, el cambio que se ansía es el de hacer al otro mejor persona, un cambio integral. Pero no una exigencia de cambio, sino una ayuda al cambio.

Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ése que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.

Y que a mi amor entonces, le conteste
la nueva criatura que tú eras.

One thought on “La Voz a Ti debida

  1. Buscando información sobre mi querido Pedro he dado con tu blog. Me ha gustado mucho esto que has escrito, tienes razón, para lograr comprender a Pedro Salinas como se merece no se puede leer «La voz a ti debida» sin más, hay que buscar más adentro. Yo estoy en ello jeje, me encantaría lograrlo algún día… y me alegro de que tú lo hicieras.
    Un abrazo !!

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