Carta al Padre Brown

R. P. Brown,

Después de haber leído muchas de sus obras, y bajo el influjo de Ilustrísimos Señores de Albino Luciani, me he atrevido yo también a escribirle. Quizá mis cartas no lleguen a ser tan aleccionadoras como las del cardenal; pero quieren ser una muestra de gratitud hacia uno de los personajes que me ha acompañado estos últimos años.

Entre estos personajes se encuentra usted, reverendo padre. En la secundaria, yo había cogido un gusto por los relatos policiacos; pues a diferencias de otros libros, estos me permitían participar de un modo más directo en la acción. El problema a resolver también me era planteado a mí, yo también podía intentar resolverlo. Fui compañero de aventuras de Dupin, de Holmes y Watson, de Poirot, de la señorita Marple,…  Siempre íbamos detrás de la pista, detrás de la verdad oculta, detrás de la frase callada y, en últimas, íbamos detrás del ladrón, del asesino, de cualquier criminal. La justicia se imponía por medio de la razón, y el orden que el mal había introducido se intentaba subsanar por el orden de la ley. ¿Quién no puede sentirse contento de participar -por lo menos a través de un libro- de esta acción?

Sin embargo, cuando leí sus aventuras, una novedad surgió para mí: la conversión y el perdón. El diálogo que mantiene con Flambeau en el caso de la Estrella Errantes, me conmovió muchísimo. «Parece Usted realmente una estrella errante. Lo cual, en definitiva, quiere decir una estrella que cae». Aquí se produjo mi primer sobresalto, este padrecito –me dije para mi mismo– no está tan interesado en recuperar el collar de estrellas errantes, como en recuperar la estrella errante que representaba el ladrón. Ni en Holmes, ni en Poirot, había encontrado esa actitud. En ellos lo que seguía al descubrimiento del autor del crimen era el juicio. Muchas veces nosotros también adoptamos esa postura, y si conocemos que una persona ha actuado mal, la juzgamos, y le caemos con todo el peso de la ley, nuestras costumbres, y nuestra hipocresía cucufata. ¿Quién llama a la conversión y el arrepentimiento? Porque es fácil predicar la conversión,  invitar al arrepentimiento y hablar del perdón a anónimas personas, desde el púlpito y la cátedra; pero cuántos vamos en busca de los que han fallado para ayudarlos a cambiar. Muy pocos lo hacen, la mayoría -en la que yo me cuento lamentablemente- preferimos zaherir al otro en su pecado.

Al final de ese caso no amenazaste a Flambeau con los tormentos físicos que podría pasar en la cárcel, sino con el tormento en la que caería su alma al hundirse en la senda del mal, mostrándole a la vez una senda de esperanza. «Quiero que abandone usted esta vida. Todavía tiene usted bastante juventud, buen humor y posibilidades de vida honrada. No crea usted que semejantes riquezas le han de durar mucho si continúa usted así». Porque, «¿Quién ha sido capaz de establecer el nivel del mal? Ése es un camino que baja y baja incesantemente. El hombre bondadoso que se embriaga se vuelve cruel; el hombre sincero que mata, miente después de ocultarlo». Quien se aproxima al sendero del mal, puede terminar hundido en el cieno.

Tu buscabas detener el crimen no encerrando al criminal, sino rescatándolo del crimen.  Y una vez rescatado no le diste la espalda, sino que se convirtió en gran amigo tuyo. No te preocupó más su pasado, porque era una hombre nuevo que se había abierto a una vida nueva. Tú mejor que nadie, como sacerdote, entendías el trascendental significado de aquellas palabras: «Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris…». Siempre así, fuiste detrás de ladrones, asesinos, mentirosos, para rescatarlos del pecado; porque tu candor te permitió distinguir -como con el filo de una espada- entre el pecado y el pecador. Condenabas el pecado sin miramientos, y con la misma energía luchabas por salvar el pecador. Cuanta gente como tú nos falta en este mundo, en nuestras casas, en nuestos centros laborales, en nuestras universidades, donde todo se torna doblez, murmuraciones y engaños, disfrazados de virtud y socialmente aceptados.

Voy terminando esta carta, padre, y quisiera anotar que también luchaste por que el pecador se reconozca como tal. Buscabas que nuestra mirada se centre siempre en la verdad; de una parte la verdad de la dignidad del otro por más que haya pecado, y de otras, la verdad de que uno mismo peca muchas veces y eso hay que reconocerlo. En últimas, luchabas por la verdad -al igual que todos los detectives-; pero era la verdad del alma humana, de su sanación. No hay nada más peligroso para el alma humana que cerrarse a la verdad, sobre todo a la verdad de ella misma, ya sea por el temor o la pereza. Como tú mismo dijiste: «Si el demonio dice que hay una verdad que es mejor no ver, pues hay que verla; si el demonio dice que hay una verdad que es mejor no escuchar, pues hay que escucharla». Sabias palabras para este mundo que muchas veces le teme a la verdad de sí mismo, y prefiere entregarse a pareceres.

Un abrazo

Carlos

2 thoughts on “Carta al Padre Brown

  1. ES MAS FACIL CULPAR QUE PERDONAR .. VIVIMOS JUSTIFICANDONOS CONDENANDO Y JUZGANDO CRUELMENTE AL OTRO… PERO ES DE SABIOS Y HUMILDES EL PERDONAR… QUIENES SOMOS PARA JUZGAR … SOLO MAS PECADORES QUE AQUEL AL QUE SEÑALAMOS… MUCHAS VECES CRITICAMOS Y HACEMOS MEA CULPA DE LOS ERRORES Y VAMOS ESCUPIENDO AL OTRO NUESTRAS CULPAS …
    QUE INFELICES SOMOS CUANDO VAMOS VITORENADO LAS SUPUESTAS CULPAS DEL OTRO…SOLO EL AMOR A DIOS Y LA ORACION PODRA LLEVARNOS AL AMOR DEL OTRO… DIFICIL TAREA LA DE CONVERTIRNOS EN AL AMOR DE DIOS .. PERO NO IMPOSIBLE… ¡¡¡AY!!! CUANTAS COSAS NOS FALTA PARA AMAR EN LA DIMENSION DE CRISTO

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