Cotidie morimur

Sentado sobre el poyo, el anciano miraba a la gente pasar. Su rostro, seco y arrugado, daba la impresión de haber sido tallado a navajazos, sin miramientos a la hermosura. Su boca, carente de labios, parecía una cicatriz que a ratos daba mustios gestos y que ora se abría para emitir un saludo, ora para emitir un bostezo, ora para masticar un poco de coca que su mano temblorosa depositaba en su lengua.

Sus ojos, penetrantes y fieros de joven, se habían ido apagando y tornándose superficiales y tristes, entristeciendo todo lo que miraba. La calle se le mostraba gris, y ni la imaginación ni la memoria le permitían recordar los vivos colores de sus fiestas juveniles, donde conoció a la Esmidia, donde bailaron y fueron felices. Sus recuerdos se iban quedando sin sensaciones.  ¡Cuánto habría dado por recordar el olor que tuvo el campo, aquella vez que la llevó al río y le hizo el amor! Sabía que esos hechos habían sucedido, conocía las consecuencias de esos actos, que de aquella tarde nació Juan Francisco, su primer hijo, muerto a los tres años; pero no eran más que frias referencias a un pasado ya muerto.

En la esquina de su casa uno niños jugaban con un aro. Los gritos de alegría le recordaban sus días de infancia. Un viento helado recorrió la calle, el anciano ajustó la bufanda a su cuello y se frotó fuertemente las manos. Que frío, Jesús, pensó. Entró a su casa y nunca nadie lo volvió a ver salir.

2 thoughts on “Cotidie morimur

  1. Qué bien descrito…
    Lo de la bufando lo europeizó un poco, no esperaba que un anciano recio, que mastica coca, usara bufanda. Pero en fin, es mi parecer.
    Un abrazo, amigo.

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