El dolor

El dolor, la pena, el sufrimiento siempre son un misterio. Son quizá la muralla contra la que siempre se choca cualquier intento de reflexión. Nos dolemos y sufrimos a cada instante, desde un dolor trivial hasta aquel que nos hace sentir los olvidados de Dios. ¿Vamos a decir después que el hombre ha nacido para la felicidad?

¿Cómo explicar el sufrimiento humano? Algunos intentaron hacer teodicea en su sentido más literal, es decir justificación de Dios, y se empeñaron en corregir la plana de Dios. Este sería un ser perfectísimo que poco o nada tiene que ver con los hombres, y el mal sería producto de un demiurgo maligno. Surgieron así los gnósticos. Hace unos meses atrás, en un mal momento dejé apuntado esto:

El ambiente cada vez me resulta más difícil de tolerar. Estoy pasando por un mal momento y me gustaría desaparecer. Lamentablemente no se puede, hay cosas con las que cumplir y si lo comento con cualquiera todos me dirán: todos tienen un mal día, como si el argumento democrático tuviera un peso existencial. El mal momento es mío y me importa poco si los demás han tenido alguna vez un mal día –incluso si fueran por las mismas razones que yo-. Jode que a uno le digan lo que ya sabe, que es cuestión de tiempo, que sirva para crecer, que así es la vida… pero ciertamente nada más pueden hacer, lo otro es asunto mío vencer o sucumbir. Siento a Dios tan lejos de mi, tan de espaldas a mi, tan extraño a mi propia condición humana. Extraño mi soledad estoica en la que no sentía nada y en la que podía perderme en los libros todo un domingo entero; extraño mi felicidad carente de afecto que consistía en saber que todos los míos estaban bien; pero parece que ya no puedo volver allí, que ese ámbito ha desaparecido. Tengo que construir otro, pero surge la inquietud de la vaciedad, de que todo eso no servirá de nada, porque una vez y otra vez el dolor nos alcanzará, porque una vez y otra vez el destino lo destruirá todo. ¿Para qué existimos si todo será aniquilado? Vivimos para amar, me dirán algunos. Pero el dolor es la sombra del amor, y es una sombra que termina siendo mayor que su objeto, que termina cubriéndolo todo, que todo lo aniquila, que todo lo devasta. ¿No será fidelidad a la vida y al amor el contribuir con ese aniquilamiento? Todo mengua, sale el sol y se oculta, se eleva la luna y vuelve a bajar… Si brilla el sol es quizá por algo; si hay oscuridad es por algo; pero se nos oculta el porqué de esas cosas quizá para que preguntemos a la persona indicada… pero esa persona calla, y lo único claro que saca uno es que también a uno le toca menguar en un momento. Con todo no quiero menguar, pienso en mi madre que reza por mi, pienso en mi padre que gusta hablar conmigo de política, pienso en mi abuelito que hace poco me regaló su viejo libro de filosofía fundamental de Balmes para que lo usara en mis trabajos, pienso en mi sobrina que corre de alegría y se abraza a mi pierna cuando me ve llegar; pienso en mi sobrino que está por nacer y que merece que un tío lo consienta y malcríe. Curiosa cosa esta la de pensar que me permite encontrar respuestas… pero cómo mover la voluntad, cómo parar los afectos, cómo elevarse por encima de todo a una existencia platónica de ideas perfectas y plenitud. Leo a San Agustín y me pregunto cómo se hace para reposar el corazón en Dios. Estoy palpando toda la fragilidad de mi ser que la razón me había ocultado, el animal racional se duele irracionalmente; porque en un instante muchas cuestiones dolorosas se han juntado como en un solo punto de mi existencia, y he tenido mi propio big bang. Leo a San Agustín que me acompaña desde la secundaria: «¿Quién me dará descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y le embriagues, para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? ¿Qué es lo que eres para mí? (…) ¡Ay de mí! Dime por tus misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu salud.» Dilo de forma que yo lo oiga. Los oídos de mi corazón están ante ti, Señor; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu salud». Que yo corra tras esta voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro». Como San Agustín quizá pueda decir también «amé con exceso», quizá, quizá… y como él, también puedo afirmar ahora: «¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí. La patria me era un suplicio, y la casa paterna un tormento insufrible, y cuanto había comunicado con él se me volvía sin él cruelísimo suplicio. Buscábanle por todas partes mis ojos y no parecía. Y llegué a odiar todas las cosas, porque no le tenían ni podían decirme ya como antes, cuando venía después de una ausencia: «He aquí que ya viene». Me había hecho a mí mismo un gran lío y preguntaba a mi alma por qué estaba triste y me conturbaba tanto, y no sabía qué responderme. Y si yo le decía: «Espera en Dios», ella no me hacía caso, y con razón; porque más real y mejor era aquel amigo queridísimo que yo había perdido que no aquel fantasma en que se le ordenaba que esperase. Sólo el llanto me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi corazón». Esa ausencia, esa ausencia que hace al otro tan presente, -diga lo que diga el principio de no contradicción- que lo torna dolorosamente presente… está en su no estar, en su ausencia se presenta como recuerdo o como sueños concebidos en conjunto. ¿Dónde esconderse de esa particular presencia para qué no nos lastime? No podemos huir de nosotros mismos ¿Qué hacer?  

¿Qué hacer? me preguntaba en ese entonces. Pensar el dolor no ayuda mucho. Poco a poco fui entreviendo una respuesta que no provenía tanto del pensar como de la actitud que adoptemos ante el dolor.  

En estos días me he abrazado a la cruz, porque siempre he pensado que es la respuesta que da Dios al tema del dolor, el elocuente silencio de un Dios que agoniza por amor a los hombres es quizá la paradoja más extraña del cristianismo y que uno estaría dispuesto a rechazar si no fuera porque la otra alternativa -que el dolor carece de sentido- me es inaceptable. Uno debe acercarse quedito a la cruz y aprender a escuchar el silencio. Puede ciertamente llorar, gritar, patalear… pero hasta que calle, no escuchará a Dios. Cuán difícil es ciertamente callar en esos momentos, cuán difícil es descentrarse para escuchar al otro, para escuchar a Dios, y mucho más cuando Dios es silencio. Qué admirable es tu silencio, Señor… qué profundamente elocuente para los que van aprendiendo a escuchar, para los que se acercan sin temor a la noche oscura. Me viene a la mente aquel verso de San Juan de la Cruz:

la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.

No, no busco enmendar la plana a Dios. En tercero de secundaria me impactó mucho el libro de Job. La respuesta de Dios al sufrimiento de Job es que no hay respuesta, no la hay para la inteligencia del hombre, porque este no puede escrutar la mente de Dios. Eso me basta para no intentar enmendarla, no puedo escrutar la mente de Dios, intentar que mi mente se ponga a la altura de Dios es condenarla a reventar, a la locura. Dios me libre de eso. El que como el santo le grite a Dios: “muéstrate como Padre”, recibirá la misma respuesta que recibió el santo: “muéstrate como hijo”; es decir, confía. En medios de mis temores e imperfecciones, confío en él… la intención de mi escrito puede resumirse en este otro verso de San Juan:

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacedlos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para ti quiero tenerlos.

Es decir, ponme en disposición de comprender tu silencio. Enséñame a callar mi yo doliente, para entender el “Tú crucificado”; que mi dolor es también cruz y que si la cruz tuvo sentido para Dios, debe tenerla también para el hombre.

Ese ahogo afectivo, ese “sentimientos, sentimientos” que asfixia y en la cual uno no se duele de la vida, uno se duele de no poder morirse, de no poder dejar de sentir. Diría que en esos momentos no es que uno se quiera matar, pero ciertamente uno quisiera morir. Aquellos que no saben como callarlo todo para escuchar el silencio, buscan sus medios para acallarse. No es ese mi caso.

Por alguna razón que no viene al caso desentrañar, he tenido ganas de publicar estos dos textos.

3 thoughts on “El dolor

  1. El dolor… diferenciando si es físico o de alma…
    El físico es más fácil de calmar, un poco de alcohol en la herida, una curita y listo.
    El del alma es más complejo, está dentro y no sale así de fácil. El dolor del alma a opinión personal, se puede convertir en muchas cosas, en odio, en ganas de levantarse, en venganza, en ganas de hacernos más daño para que en pocos minutos nos volvamos a sentir bien para luego volver a caer.

    El dolor del alma siempre queda, puede dormir un tiempo y luego volver a despertar, para hacer más daño que al principio… ¿Cómo curar ese dolor?, ¿se puede salir de ese pozo?, ¿se puede salir?.

    El dolor al final suele ser como la alegría, en esta vida se encontrarán muchas cosas que nos hagan sentir uno u otro.
    El dolor mata, el dolor te hace fuerte, el dolor te hace vivir, con el dolor aprendes, el dolor calma el dolor…
    El dolor es mágico.

  2. Wow… ojala te hayas sentido mejor después de publicarlos y tu extraña situación se haya calmado. Para mí resulta increíble como las palabras pueden ser a veces el medio perfecto para expresar y desahogar, descargar y no violentamente hablando, todo lo que uno a veces acumula por dentro, normalmente en lo más profundo de nosotros. Lo veo en mí y ahora que he leído esos textos lo veo en tí. Por cierto, y puedes tomarlo en broma o en serio, pero deberías considerarlos como parte de tus propias «confesiones», siguiendo a quien te acompaña desde la secundaria, el santo de Hipona.

  3. Bueno, ciertamente lo publiqué mucho tiempo después de cuando lo escribí. Pero el escribirlo me ayudó. Supongo que volver sobre uno mismo -para relatar o pensar lo vivido- da como cierta distancia de perspectiva con la cual se entienden mejor las cosas de mi extraña situación. Después de todo alguien dijo -no recuerdo exactamente quién- que todo pena es soportable si se pone por escrito. Gracias por tu visita. Tengo algunas deudas pendientes contigo, espero poder pagarlas pronto. Cuidate

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