Persona y Experiencia

Toda filosofía de corte realista afirma que el pensar se sustenta en la experiencia; por lo menos ese es el sentido de la adecuación veritativa. Pensar es adecuar la inteligencia al ser; pero el ser se nos muestra en la experiencia. Desde este punto de partida, ¿cuál es la experiencia desde la cual se piensa a la persona? ¿Cómo conocemos al ser personal?

¿Existe alguna experiencia de la persona que soy o de la persona que el otro es? Partiendo de mi propia experiencia ¿Qué es ser persona? ¿La alegría que hace algunos días me poseía, era una revelación de mi condición personal? Sin embargo, esa alegría ha dejado de «existir» para darle paso a una tristeza angustiosa; y sin embargo, yo sigo siendo persona. Yo no era esa alegría que me invadía; y sin embargo, yo estaba alegre. La alegría no era más que un estado, un modo de estar mi ser; pero no mi ser mismo. El estar supone un alguien ante el que se está, o en otros términos, una relación. Yo estoy alegre por algo o por alguien. La alegría, en tanto que modo de estar, posee un grado de intencionalidad. La alegría me revela algo extrínseco a mí, y mi modo de estar ante él… pero mi condición de persona no comparece (salvo que como Kant nos contentemos con la idea de sustrato de toda operación).

La solución kantiana tampoco es tan señaladora de la condición de persona. El sustrato de la operación es la facultad, y de este la sustancia, con eso creo que obtenemos una explicación válida sin rozar para nada la persona. La persona parece ser lo que permanece oculto ante la mirada intencional. Quizá allí podemos detectar, aun en sentido negativo, un primer indicio de lo que sea persona: la persona es la que no comparece ante la mirada, la que está oculta al mirar. Ante el mirar, la persona permanece -en principio- oculta. Tengo que invocarla: ¿Quién eres tú?

¿Qué invoco cuando invoco al otro? Como decía Pedro Salinas, «Te busco. No en tu nombre, si lo dicen, no en tu imagen, si la pintan. Detrás, detrás, más allá.» ¿Qué es ese más allá que aparentemente no es solamente transfenoménico sino también transubstancial? E igualmente, parece ser un nivel donde se trasciende el nivel de intencionalidad cognoscitiva, tal como lo expresan también Pedro Salinas en los siguientes versos: «También detrás, más atrás de mí te busco. No eres lo que yo siento de ti.» Se impone el indagar la invocación como modo de salir de sí y abrirse al otro a nivel personal.

Fenomenología de la invocación

La invocación debe ser entendida como una realidad trascendental -diríase metafísica- y por ende en últimas su estudio exige una perspectiva desde el ser; sin embargo, puesto que queremos partir de la experiencia, y así nos lo exige el realismo, debemos iniciar haciendo una fenomenología de la invocación; es decir, partir del ámbito manifestativo de la invocación.

El núcleo manifestativo de la invocación esta concentrado en la pregunta: ¿Quién eres tú?. Centremos nuestra atención en el lenguaje, en tanto que realidad manifestativa. El «tú» en tanto que realidad semántica presenta una problemática de intencionalidad, dicha problemática ha sido explicada desde la filosofía del lenguaje diciendo que el «tú» -y con él todo los pronombres- tienen igual significado pero distinto referente. Pero, sin con Frege entendemos por referente al objeto nombrado y por sentido el modo de darse el objeto, ¿cómo puede mantenerse un mismo sentido si se cambia el referente? ¿El cambio de referente no supone el cambio también del sentido? En las pronombres hay una cierta inestabilidad del sentido en vista a que no siempre se utilizan en relación con un mismo referente. A nivel semántico, la persona aparece como inobjetivable. Podría decirse que, más allá de las significaciones que pueda dar el diccionario, el encuentra su significación en el diálogo y sólo en él, como cierta manifestación de la condición personal del hablante.

(—en construcción—)