La Mirada

En la experiencia cotidiana, primaria, lejana de toda reflexión, la presencia del otro resulta enigmática. Está allí, delante de mi, y no se si es algo bueno o malo. La metafísica me dice que en tanto que existe es un bien; la antropología, que es poseedor de una alma espiritual; la ética, que es un ser con dignidad; y la religión, que es hijo de Dios. Sin embargo, aparecen en uno los temores. Temores que no son necesariamente infundados, que surgen del hecho mismo de que el otro no «está-allí» y nada más, sino que es un ser libre. Su presencia es una presencia libre, capaz de una respuesta no programada.

Mirar y ser mirado

Lo dicho queda reflejado en el acto de mirar; pues mirar y ser mirado no son actos meramente biológicos -pura captación de formas y colores- sino que la mirada humana es portadora de un trasunto de nuestro ser personal, irisado por la esencia humana. La mirada se torna así el camino hacia el otro. Por este camino va la amada en busca del amado, un amigo en busca de su compañero, o un ejército en busca de una victoria.

Sartre dedicó muchas páginas al análisis de la mirada en sus aspectos más negativos. Para Sartre toda mirada es invasora, se entromete en el espacio de mi existencia (¡Qué tiene que estar el otro mirándome!); pero además, me cosifica, reduce mi existencia en tanto sujeto a un objeto que puede ser intrumentalizado. Surge así una actitud de conflicto; pues ante la mirada que me cosifica y anula mi libertad, tengo yo que reafirmar mi libertad anulando (cosificando) la del otro. El otro surge como infierno, como límite cerrado, ante el que me someto (masoquismo) o al que destrozo (sadismo).

En el fondo lo que hay es una hipertrofia del yo que no puede establecer ninguna relación sin sentirse amenazado, y que la única forma de superar la amenaza es reducir al tú en un reflejo del yo. Los que no opinan como él, están equivocados; los que opinan parecido aél, están en lo cierto en lo que coinciden y equivocados en lo que discrepan; y los que opinan igual que él, no hacen otra cosa que repetirlo de modo menos preciso, son meros epígonos sin gracia, ecos mortecinos de lo dicho por él.

De la conciencia al ser personal

Viendo que lo que dice Sartre es muchas veces tan cotidiano. ¿Quiere decir que toda mirada está condenada al fracaso? La respuesta debe ser un no; pues la misma experiencia nos da ejemplos de relaciones que no se rigen por estos parámetros. El problema con Sartre es que intenta ver desde la conciencia; y la conciencia siempre es conciencia de algo. Lo propio de lo algo es que está ya dado, ya configurado, y por ende está cerrado (es límite). Además, la conciencia conoce de modo aspectual; es decir, ciertos aspectos de la realidad.

Cuando se conoce a una persona no se conoce un algo, sino un alguien; es decir, un ser librte que -en tanto que libre- no está del todo configurado, sino que es apertura que puede acoger al otro sin reducirlo a cosa, fundando un nosotros. Pues la persona es coexistencia. La persona mira y espera una mirada de respuesta. No es la mirada del científico que analiza, es una mirada que ilumina, que respeta el ser del otro y me lo aclara. La mirada de la conciencia es delimitación aspectual, la mirada personal es iluminación.

Pero el mirar tiene su correlato en el ser mirado. Esto entronca con la preocupación por la presencia que uno tiene. Pues, es tan importante para la existencia humana el ser bien mirado, que nos preparamos para eso: la moda, la elegancia, la decoración son esfeurzos por lograr que el otro me vea bien; pero junto a lo estético surge lo ético: la virtud es también un elemento que juega un papel importante en el ser mirado bien. Como dice San Juan de la Cruz:

«No quieras despreciarme,
que si color moreno en mi hallaste,
ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste.»

El haber crecido en gracia y hermosura, es decir, en virtudes y perfección, hacen que la esposa ya no guarde temor de recibir una mirada de desprecio.

Al final lo que la persona busca es ser mirado en su ser personal. Es decir, aunque recurrimos a la moda para atraer la mirada, ansiamos ser vistos en lo que nosotros somos, en lo más personal que tenemos. Esta es la mirada propia del enamorado que tan bien plasmaba Salinas al escribir:

Quitate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú

la mirada amorosa ve en la persona aquello de único que tiene

Se que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú seras tú.

Y es también el amor el que me hace disponible de modo personal

Y cuando tú me preguntes
quén es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto yo al anónimo
eterno del desnudo
de la piedra, del mundo, te diré:
«yo te quiero, soy yo».

Esta manifestación personal se logra a través de la acción y la palabra. Y como en toda realidad, hay grados que van de una manifestación difusa a una profunda. El enamorado que le regala una rosa a una chica que quiere, manifiesta de ese modo su amor. Pero manifiesta mucho más profundamente dicho amor el esposo que es fiel al «sí, quiero» matrimonial en medio de adversidades. Es la diferencia entre dar y darse.

Comunicación

El juego de las miradas desarrolla un ámbito de comunicación. Pues yo no me miro, sino que te miro. La mirada se dirige de uno a otro, y espera encontrar réplica. Sin embargo, la primera mirada es siempre miope, no termina de ver del todo porque hay muchas cosas que la nublan.

No te veo. Bien sé
que estás aquí, detrás
de una frágil pared
de ladrillos y cal, bien al alcance
de mi voz, si llamara.

A la dificultad física dada por la corporalidad del otro que me impide verle el corazón, se siman nuestros prejuicios, nuestras teorías preconcebidas, y males como el egocentrismo, individualismo. El mirados ha de someterse a una ascética de lo impersonal (vicios y prejuicios) para que su mirada se una innovación donativa y personal. «Para que sea posible la donación de algo, es necesario que alguien lo acepte, que alguien se quede con lo que damos. A la capacidad de dar de la persona le corresponde la capacidad de aceptar, y aceptar es acoger en nuestra propia intimidad lo que nos dan». Se llama con la esperanza de ser acogido, no con el afán de estar un frente al otro como mónadas informativas, sino de estarse en lo íntimo con el otro.

El acoger es también comprender. Comprender consiste en abandorar mi propio punto de vista y tratar de situarme en el punto de vista del otro. No se trata de un ejercicio psicológico por el cual conozco las razones del otro a modo de diagnóstico, sino de tratar de «abrazar su singularidad con mi singularidad, en un acto de acogimiento y un esfuerzo de concentración». Contrario a lo que muchos piensan, subsumir la persona a unas categorías psicológicas no es conocerla. Decir de alguien que es histérica, neurótica, hiperactiva… es ir alejando el tú para poner ante la vista un ello, un problema a solucionar. Mientras que uno espera esta actitud de un médico, de un terapeuta, nos es lo que se espera de los seres amados.

Solamente cuando he sido acogido y escuchado, instaurando así una relación de confianza, es cuando se empieza a dar el encuentro y una verdadera comunicación interpersonal. Surge pues el ámbito de encuentro. Aquí ua no se habla de tu intimidad o de mi intimidad, sino de nuestra intimidad. El yo y el tú dan paso al nosotros. El nosotros establece una intimidad relacional: nuestros valores, nuestros deseos, metas, aspiraciones; miestras ideas, etc. Este nuevo ámbito de intimidad hace que asumamos la existencia, el destino, las alegrías y las penas del otro como nuestras.

En esta plano de existencia relacional se dejan de lado actitudes como el etiquetar al otro, el sentirse superior y tratar de dominar, el autoritarismo, las prisas y atolodramientos. A este plano de existencia se llega no limitando al otro, sino dándose. «la medida del amor es amar sin medida», decía San Agustín. Solamente una generosa donación, anula la soledad humana. Cuando veo una mirada que se dona a mí, me se poseedor de un valor especial. A su manera romántica y poética, Becquer lo expresó diciendo: «la he visto, la he visto y me ha mirado… Hoy creo en Dios», dando a entender que la existencia del valor más alto se revela en la percepción de una entrega generosa.

La entrega no es un acto aislado, un momento en la vida, sino que llega a ser la vida misma a través de la capacidad humana de prometer. El ser humano no vive el instante, si existencia está abierta hacia el futuro; pues cada promesa es empeñar el futuro. Empeño que exige por parte del hombre el ser fiel a la palabra dada. Fidelidad no es tanto ser constante o mantener la palabra dada por «honor» (que muchas veces es orgullo individualista), sino que es consagrarme al otro en lo prometido. No es estar atado a un acto pasado, sino al contrario no dejar que una realidad personal sea anuladad por el tiempo al convertirse en pasado. Por eso la fidelidad ha de ser creadora, ha de ser una constante actualización de la promesa, como si se tratara de hacerla eterna.

Cuando se ama de verdad, la pérdida del ser amado es dolorosa, porque toda pérdida es la constatación de la presencia temporal de una relación que se establecía como eterna. Nadie dice te amaré en los próximos cinco minutos y después no, sino que se ama para siempre (aunque el amor dure cinco segundos).

Parafraseando a Carlos Diaz podría decirse que amar a una persona y amarla de verdad allí donde otros la desprecian o pasan indiferentes; amarla más allá de las pequeñas manías, y las asperezas de carácter o peculiaridades de la personalidad, amarla más allá de la mera atracción sexual o el culto a la belleza, amarla en el plano de la verdadera y grande pasión; amarla, en fin, en el tiempo y sobre el tiempo, significa decirle: mientras yo viva tú no morirás, pues mientras viva te he de llevar conmigo hasta el final. Y aunque la noche de la muerte también me envuelva a mi, y aunque en el tiempo ya no quede recuerdo ni de ti ni de mi, seremos rescatados en nuestro amor; pues nuestro amor que vencía el tiempo en cada mirada, que era eterno en cada palabra, solamente puede tener como fuete un Amor Eterno que provenga de una Persona Eterna. El garantizará nuestra eternidad, amándonos más allá del tiempo, desde siempre, por los siglos de los siglos.

5 thoughts on “La Mirada

  1. Ese mirar, que es darse, puede reposar en la mirada del otro y ser acogida; sin embargo, también existe la posibilidad de no ser acogido en la dimensión de la entrega (por los prejuicios que comenta), entonces asoma la pregunta ¿cómo seguir dándome en cada mirada si puedo salir lastimada? al mismo tiempo, que si miro sin mirar, no soy yo, quien se trasparenta; sino un yo, que no manifiesta mi ser…
    En una sociedad como la nuestra que valora la imagen por encima del ser o la esencia…; como trasparentar nuestro yo, si a veces las miradas parecen matar…

  2. Las miradas que matan son un contrasentido, aunque se den en la realidad. Porque lo propio del ser humano es acoger al otro, y no cerrarse a él y menos aun dañarlo. Sin embargo, en esta época hemos ido olvidando lo que es el verdadero amor, y por ende nuestra mirada es cada vez menos transparente. Como digo en el cuerpo, es necesario una ascética de la mirada, de la existencia toda, que nos permita recuperar esa capacidad de darse que si bien es algo propiamente humano, se ejerce desde la libertad. No es instintiva, sino libre.
    Cuanta gente va por allí que prentende amar y no saber nada de eso, que cree que el amor es la exigencia al otro de algo y no la entrega generosa y total, a pesar de lo duro que muchas veces eso suponga.

  3. Hola, podría ampliar sobre la ascética de la mirada?. es lo mismo que una mirada mística? Se puede educar la mirada?

  4. Carlos
    Ahora se suele escuchar «hay miradas que matan».. es que el egoísmo centra al hombre en lo meramente físico… Pero una mirada cargada en un amor de donación va mas allá del dar para recibir, trasciende las barreras de lo temporal… nuestra mirada es el reflejo del yo interior…veo segun y cuanto tenga en mí… muy preciso y precioso el poema de San Juan de la Cruz pinta la esencia de una mirada de amor puro no difícil de encontrarla hoy

    «…la mirada amorosa ve en la persona aquello de único que tiene

    Se que cuando te llame
    entre todas las gentes
    del mundo,
    sólo tú seras tú.»

  5. Blanca

    Yo diria que la mirada mas que educarse… se va transformado como se tansforma tu YO interior… en medida que vas despojándote del egoísmo,de tus miedos interiores, de darle valor al que dirán (actuar por presión e hipocresía) y vas descubriendo la dimensión de un dar por amor.. iras reflejando involuntariamente en tu mirada ese cambio interior que no es solo producto tuyo…. hay algo más grande que te conduce a él…

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